Jalisco
—Desgobierno
La noticia, escueta, se sintetiza en 10 palabras: ''El Palacio de Gobierno de Guadalajara se convertirá en museo''
—II—
La lectura simplista —no exenta de nostalgia por tiempos mejores, ya idos— de la información, pasaría por el pragmatismo: ¿Qué caso tiene que el Palacio de Gobierno, en pleno centro de la ciudad, siga siendo la sede simbólica del Poder Ejecutivo, si las dependencias que lo conforman están desparramadas por toda la ciudad, y si parece sensato evitar que los ciudadanos que tienen algún asunto a tratar con la autoridad estatal, se concentren, con todo y vehículos, en un mismo punto? ¿Qué caso tiene que el gobernador se desplace todos los días hasta Palacio, junto con su séquito habitual de escoltas, asistentes y colaboradores, si para todo mundo es más cómodo que despache en Casa Jalisco, a unos pasos de su residencia...?
De hecho, desde que Guadalajara dejó de ser, en materia de vialidad, la “ciudad amable” que alguna vez fue, los últimos cuatro o cinco gobernadores iban cada vez menos a Palacio. Lo hacían para “El Grito” o para algún acto más o menos protocolario. Y lo hacían, además, las más de las veces, en helicóptero.
—III—
La idea —oficializada ayer— de reabrir las puertas del Palacio el próximo 6 de diciembre, reconvertido en museo, abre dos interrogantes...
Una se relaciona con la pertinencia de dicho museo, a la vista de tantos (De la Ciudad, de Ciudades Hermanas, de Culturas Populares, del Periodismo y las Artes Gráficas, la Casa Museo López Portillo...) que andan por ahí, tan desairados que parecen haber sido meras ocurrencias que alguien se sacó de la manga con la única intención de paliar los caprichos gubernamentales de adquirir fincas que, incapaces de ganarse la vida por sí mismas, de otra forma estarían irremisiblemente condenadas al abandono y a la ruina.
La otra —mucho más inquietante— tiene que ver con la proliferación de conflictos (con la Universidad de Guadalajara, por ejemplo...), la incapacidad de lograr consensos (para avanzar en la solución del problema de la movilidad urbana, verbigracia...) y de ejercer un liderazgo saludable y constructivo (la mentada, los donativos, el asquito... más lo que se acumule esta semana); con el desgobierno —para decirlo en una palabra— que ha sido, para oprobio suyo y para escarnio del pueblo, el sello de la actual administración.
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