Jalisco

De las antiguas haciendas jaliscienses, 70% en ruinas

La mayoría fue rescatada para transformarse en hoteles, spas, restaurantes o espacios para eventos sociales como bodas y bautizos

GUADALAJARA, JALISCO (19/JUN/2010).-Jalisco tiene 420 haciendas, de las cuales sólo 30% se encuentra en buenas condiciones; es decir, alrededor de 120. Sus cascos, donde residieron los dueños originales o sus descendientes, son los que están rescatables, pero una parte importante se ha transformado en hoteles, spas, restaurantes o espacios para eventos sociales como bodas y bautizos.

El 70% restante de las haciendas se encuentra en ruinas, explica Nieves Campos Meyenberg, restauradora especializada en madera y quien ha participado en el rescate de estas antiquísimas construcciones campiranas.
Antiguamente, las haciendas eran agrícolas, tequileras, ganaderas, mineras o mixtas, con una o dos actividades, dependiendo de la zona en que se encontraban.

En la actualidad, de estos latifundios sólo se pueden apreciar ruinas que se han quedado en el olvido, invadidas por la maleza y el vandalismo. De lo que anteriormente eran grandes propiedades que imponían riqueza y poder, poco sobrevivió.

Recuperar todo este pasado, que fue estigmatizado por su dureza contra las clases marginadas, implica un gran costo que se eleva hasta los 40 millones de pesos, por lo que no es una labor sencilla.
Los interesados tienen que recurrir a financiamientos para poder devolver a la finca el resplandor de antes, o simplemente quedar en el intento.

Los antecedentes

Las haciendas eran un modelo económico que data desde la época de la Conquista de México por los españoles, donde las grandes extensiones de tierra —entre dos mil 500 y tres mil hectáreas— se les daban como premio a los conquistadores. Hasta antes de 1650, a las haciendas se les llamaba estancias.
En México, el sistema de las haciendas fue un modelo económico por más de tres siglos que hacía funcionar en buena parte la economía del país, pues en ellas se producían granos, animales y se extraía metal. Por eso se volvieron importantes.

Era un conjunto de bienes y riquezas con una estructura arquitectónica muy definida que un individuo posee; esto contrasta con la cantidad de gente que se necesitaba para que el latifundio marchara y fuera casi autosuficiente, que poco requería del exterior.

Este tipo de construcciones se diseñaban con base en determinadas jerarquías. Primero se hallaba el casco de la hacienda, que albergaba las habitaciones del hacendado y su familia con el estilo imperante en esa época. En seguida estaban las oficinas del administrador y su casa. Después la casa del caporal y los mayordomos, la capilla y la tienda de raya.

Alejado del casco de la hacienda se encontraban las casas de los caballerangos, los peones, hasta llegar a los humildes jacales de los campesinos, quienes eran los que realmente trabajaban el campo.

En su libro “Por las Haciendas de Jalisco”, Olivia Campos de Gallo señala que el surgimiento de dichas haciendas  comienza en el siglo XVI, cuando la corona española compensó los servicios de ciertos conquistadores mediante las llamadas “mercedes”; es decir, una recompensa o regalo a favor, en virtud de la falta de metales y piedras preciosas que, cuando se embarcaron, soñaron encontrar fácilmente en América.
De acuerdo con la tradición medieval, “todo era Dios”. Mientras que las almas y el más allá eran responsabilidad del Papa, los bienes y cuerpos de acá eran a gusto del emperador. Así que el Vaticano hizo un Tratado con el Rey de España y le había concedido el patronato de la Iglesia en ese continente.

En consecuencia, en las tierras recién incorporadas a su dominio material, su majestad no sólo podía mercedar tierras a quien quisiera gratificarle sus servicios sino que también estaba en condiciones de encomendarle indios para que se cumpliera, “como Dios manda”, con los preceptos vitales de los católicos y de esta manera alcanzaran la eterna salvación.

Fue así que las mercedes lograron trascender varias generaciones y dieron lugar a las haciendas que se repartieron a lo largo y ancho del territorio, convirtiéndose en unidades de producción autosuficientes. De modo que los primeros hacendados coexistieron con indios y peones en el mismo predio.
A diferencia de la casa de los peones e indios (modestas e incómodas), las de los patrones eran construcciones cómodas y elegantes.

En el libro Jalisco “Una historia compartida”, editado por la Universidad de Guadalajara como parte de una colección, José María Muriá, Cándido Galván y Angélica Peregrina señalan que al despuntar los años 40 del siglo XIX, el Estado tenía 391 haciendas distribuidas por cantones de la siguiente manera:

w 58    Cantón de Guadalajara.
w 54     Cantón de Lagos.
w 52    Cantón de La Barca.
w 54    Cantón de Sayula.
w 83     Cantón de Etzatlán.
w 61     Cantón de Autlán.
w 26     Cantón de Tepic.
w 3     Cantón de Colotlán.

En el olvido


La restauradora Nieves Campos Meyenberg explica que dentro de las haciendas se comenzaron a generar núcleos de población, y por ende clases sociales, donde la clase dominante que eran los dueños cometían abusos explotando a sus trabajadores y así creando clases sociales marginadas.

Por un lado, el hacendado y su familia tenían todo a su favor, ya que disponían de la oportunidad de irse a estudiar a Europa. Los propietarios eran los acaparadores de la economía y de los llamados latifundios, pues era un solo dueño para la finca agraria con una gran extensión de terreno. Y por otro lado se encontraba la clase explotada, que eran los que trabajaban para los hacendados, una especie de esclavitud solapada, pues aunque no se le llamaba de tal forma, los abusos a esta clase social tenían la aprobación de los gobiernos federal y central de aquel entonces.

Estos jornaleros iban a las tiendas de raya a comprar  lo necesario para sobrevivir, de manera que había ocasiones que no les alcanzaba para pagar, por lo que se les prestaba dinero y la próxima vez que iban se les descontaba lo que debían más lo que se volvían a llevar. De tal manera que esto se convertía en un cuento de nunca acabar, aunado a que no sabían leer ni escribir, así que las cuentas, que de por sí eran largas, el encargado de la tienda las hacía más todavía.

El sistema hacendario sometía a los peones a la esclavitud. Hasta que en 1910 sobrevino la Revolución Mexicana, cuyas bases era acabar con la explotación hacia los campesinos. El comienzo de este movimiento revolucionario surge, precisamente, en las haciendas de Morelos, con Emiliano Zapata.
Fue un proceso que duró años, aproximadamente hasta 1918, con la expropiación de las últimas tierras de las haciendas que fueron saqueadas, abandonadas y que, muchas veces, concluía con el asesinato de los hacendados.

Es por eso que se volvió un fenómeno no estudiado en nuestro país, de cierta forma por lo que representaba: esclavitud y explotación, además de que los límites geográficos no eran los mismos.

El saqueo y abandono

Anteriormente, la división geográfica era diferente. No había municipios, se les llamaba cantones, equivalentes a dos o tres municipios actuales.

Las haciendas se encontraban sobre todo en Tonalá, Tlaquepaque, Tlajomulco y municipios que eran “pueblitos”, alejados de Guadalajara.

Al momento de expropiarse las haciendas, se les repartieron a los campesinos y sólo se dejó el casco y la capilla para los descendientes de los hacendados, pero como estaban saqueadas y destruidas, no les interesaba atenderlas, por lo que las abandonaban o las vendían.

Además, los vecinos de esas tierras iban y robaban materiales como piedras, maderas o ladrillos para construir sus hogares, hasta que fueron desapareciendo, menciona Nieves Campos.

¿Cuándo se interesan por estudiar el fenómeno?


A partir de 1980, aproximadamente, como estudios arquitectónicos en las haciendas de Yucatán, pues ante la necesidad de generar empleos las empiezan a adaptar como hoteles. Copiando el modelo de España, en la Ruta de la Mancha, que eran antiguas casas donde te llevan a una visita y de esa manera generar recursos para seguirlas manteniendo, pues algunos dueños de haciendas en México, que tienen la oportunidad de viajar a Europa,  vienen y tratan de hacer lo mismo aquí.

La especialista añade: “En el caso de Jalisco, hasta 1997 se crea una asociación conformada por los actuales dueños de algunas haciendas, llamada Asociación de Haciendas y Casas Rurales de Jalisco. Los dueños coinciden en que tenerlas es muy costoso, por lo que buscan la manera de sacarles provecho y mantenerlas. De manera que quieren hacerlas productivas integrándolas al turismo rural, dentro de la industria turística de Jalisco. En un principio, esta asociación contaba con ocho haciendas, que se dieron a la tarea de hacer adaptaciones y conseguir financiamientos para poder hacer la restauración y el rescate, pues es demasiado costoso. A medida que se ha visto el funcionamiento próspero, se han ido incorporando más haciendas y casonas a la asociación. Actualmente son 23, que no solamente son hoteles sino restaurantes y spas, lo que genera empleos para la gente de la comunidad colindante, como meseros, administradores, cocineros, jardineros entre otros”.

Perspectivas para la restauración

Todo comienza por iniciativa de los dueños.
Después se tiene que realizar una investigación histórica de la ubicación geográfica, para saber en qué municipio está y qué tipo de hacienda era.

Continúa la búsqueda de fuentes documentales, como archivos familiares, de biblioteca y mapas para concluir una reconstrucción arquitectónica. Algunos de estos archivos se encuentran en España y otros en México, pues hay edificios que eran de época virreinal y se enviaban los papeles para rendir cuentas al Consejo de Indias. Hay familias que los conservan, pero la mayoría los perdieron quemados al momento del saqueo, por lo que se tiene que rastrear ese dato.

Una vez que se rastrearon todos los archivos posibles, se hace una investigación de materiales con la ayuda de arquitectos especializados en arquitectura virreinal, que se encargan de diseñar el plano y una maqueta, para posteriormente comenzar con la reconstrucción de acuerdo con la cimentación y poder sacar el tipo de hacienda que se va a restaurar.

Posteriormente, se ve qué es aprovechable; es decir, qué se puede rescatar. Ya decididos los muebles y decoración, se comienza a buscar el tipo de manteles, cristalería, lámparas y todos los accesorios típicos de la época. Una vez restaurada,  comienza a funcionar.

EL ITESO/Indira Mariscal Díaz
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