Jalisco
De acá para allá y de allá para acá en el Macrobús
Autoridades trabajan en los siguientes corredores para ampliar el sistema en la ciudad
Una valla, rayada en naranja y negro, al costado de la entrada a la plataforma de abordaje, indica precaución.
Bolsas de un material metálico y brillante esconden, lo que parece son, los torniquetes de paso a la bóveda de la estación. Los dos grandes domos del andén están unidos por un corredor sin techo.
Un trío de hombres vienen juntos, platican y ríen, voltean repentinamente hacia la avenida aguardando el arribo del nuevo medio de transporte urbano. Raramente pasa algún vehículo, mucho menos peatones.
El olor fétido de las alcantarillas pondría nauseabundo a cualquiera; no a un joven que, acostumbrado o no, espera junto a las rendijas que dejan escapar el aroma a caño. Consulta frecuentemente su reloj.
Cinco y pico, se aproxima el robusto camión. Tiritan sus luces. La marquesina del frente intercala las leyendas: MACROBUS y SERVICIO GRATUITO. Los guardias, desde lejos en el corredor, hacen señas apurando a los hombres antes que los deje el camión articulado. Caminan a paso redoblado... triplicado. Corren. Atraviesan las grandes puestas corredizas de cristal que permiten abordar. Se oye el pitido de la alarma que indica el cierre de las puertas. El sonido es más molesto que el de un despertador en domingo por la mañana.
Dentro del vehículo hay un par de señores soñolientos, de edad avanzada, barba descuidada, y gorras que les protegen de las fuertes luces blancas del interior, mientras toman la última pestaña antes del trabajo. Pasajeros con destino a Mirador y sus escalas. El articulado se mueve hacia el Norte. El arrullador zumbido del nuevo motor, los mecanismos de emergencia aún atornillados y el olor penetrante a plástico salido de fábrica, provocan la atmósfera de estreno.
En la estación Ciencias de la Salud, un señor alto y robusto entra al vehículo y reconoce, entre las pocas caras, a un compañero de trabajo. El uno hace una seña a manera de saludo; el otro se acerca y se sienta junto. “Qui’ubo broder”, dice al sentarse y darle la mano. “Pues aquí, estrenando”, ambos ríen.
En los asientos frontales, un individuo uniformado escribe sobre papel y tabla, como llevando el registro de algo. “Que van a regalar tarjetas”, inquiere uno de los compañeros. “No sé, a ver…”, dice el otro, al voltear hacia el uniformado y preguntarle:
– ¿Usted trabaja aquí… van a regalar tarjetas?”. El uniformado responde: “Sí. Como a eso de las tres de la tarde”. En los siguientes minutos el autobús queda en silencio.
Después de varias paradas, los compañeros bajan. Cuarto para las seis y el Macrobús está por llegar a un extremo de su ruta. Al arribo a Mirador, los escasos pasajeros abandonan la unidad mientras fuera, ya hay un par de personas que no obstante el frío, esperan acurrucadas la siguiente salida del autobús que los lleve a sus trabajos.
“Me dijeron que saliera a las seis en punto, pero me voy de una vez, ¿no?”, dice el chofer a uno de los agentes que regulan las salidas, cuando faltan tres para las seis, este último asiente. El camión arranca sin formalidades, con un puño de pasajeros. Algunos con los ojos chiquitos y hundidos, otros con la almohada aún marcada en los cachetes. La marquesina lateral (también hay una allí), se refleja en los lustrosos cristales de las puertas del andén, en los diminutos foquitos que forman palabras se puede leer: OCILÉGNA YARF, que en lectura de espejo descifra: FRAY ANGÉLICO, el extremo Sur de la primera fase del sistema articulado.
El chofer, un señor de edad avanzada y buen porte, uniformado hasta los talones y con los sentidos bien despiertos a pesar de la hora, avanza sobre el carril exclusivo del Macrobús. En los primeros kilómetros alcanza los 40 kilómetros por hora, pero aún le faltan 20 para llegar a la velocidad máxima permitida. Poco a poco, avanzado el tiempo y las estaciones, los asientos se agotan, así como los espacios para permanecer en pié. El camión está lleno.
En el cruce, antes de llegar a la estación Niños Héroes, un motociclista está a mitad del carril. El chofer le emite varios claxonazos; sin embargo, no se arriesga y frena precipitadamente. La gente se asusta. El motociclista se quita. La gente rechifla e invoca a la progenitora del motorista irrespetuoso.
Madres con sus hijos abordan al vehículo. Les acomodan el cuello de la camisa o les arreglan el peinado con saliva, los llevan a la escuela. Todos uniformados y listos para comparar si es cierto que ahora sí van a llegar temprano.
A cada cruce y llegada a estación, el chofer hace sonar la bocina para avisar a peatones y ciclistas que se quiten del camino. En todo el trayecto, se pueden observar a peatones protegiéndose del parque vehicular en el carril del Macrobús mientras éste no está, igualmente ciclistas lo usan para transportarse más rápida y seguramente.
Cerca de Artes Plásticas, un automovilista inconsciente se atraviesa en el camino del Macrobús cuando su semáforo ya daba el rojo. Los claxonazos y las mentadas posteriores sonaron más que el rechinar del disco de los frenos cuando el chofer tuvo que hundir el pie.
Casi las siete. El cielo tiene esos tonos pastel, típicos en la mañana. Está por amanecer. Las calles se hacen visibles sin necesidad de luces artificiales. Ya hay gente en las calles, caminan o esperan en alguna parada de camión. Algunas banquetas de la ruta del Macrobús están inconclusas o ni siquiera empezadas. La estación Fray Angélico ya no está lejos.
Los rayos de sol ya comienzan a ser visibles, aunque el astro está todavía muy cerca del horizonte, puede alcanzar a deslumbrar en los espacios entre los edificios.
Fray Angélico, última parada. En la estación, una linda chica ofrece información sobre los viajes o cualquier duda que los pasajeros tengan. Dice que va a estar una temporada ahí, dice que el sistema funcionará con transvales, dice que dentro de un mes.
Los pasajeros que desbordan del autobús caminan a sus destinos o toman alguna ruta verde alimentadora. Entre la multitud se logran oír algunas voces que se pierden en el bullicio y en el apresurado paso de quienes las pronuncian. “Que van a regalar las tarjetas… hasta crees”, “mejor me hubiera ido en taxi”, “¿Cuánto cuesta?… ¿gratis?... ah, sólo por hoy”.
El Macrobús rodea para cambiar de dirección, minutos más tarde está de vuelta. Seguirá dando vueltas en su ruta durante un buen rato.
EL INFORMADOR / Diego Mejía Picón
Síguenos en