Jalisco

Cuentas alegres y bien mochas

SEGÚN YO

De nosotros podrá decir de todo, excepto que no se lo advertimos.

Desde que el cuñado más viejo del clan compartió la patidifusa idea de que los hijos son una inversión a la que en unos años se le saca provecho, la familia se prodigó en opiniones y pareceres, a cual más de peregrinos y variopintos. De modo que, si el iluso pensó que algún día le serían reembolsados  los dineros que erogó en la educación de sus vástagos, se supuso viviendo en el país de Magusín o no aprendió a sacar bien las cuentas. Sólo a él, que peca de guardoso y previsor, se le ocurrió retoñar con la esperanza de verse favorecido en su vejez con el producto de su apuesta filial y nunca admitió que, en esos casos, lo mejor es resignarse de antemano a ver volar mensualmente los billetes, sin esperar una benéfica ventolera que los traiga de regreso.

Pero nuestra agrícola y eólica alegoría no sirvió para paliar la desazón de aquel hombre que decía sentirse tan ilusionado como mal correspondido. No por nada se había privado de buena parte de sus aficiones personales, con tal de alentar académicamente a su único hijo varón, y creía firmemente en la reciprocidad y la devolución de sus dineros, como lógica y obligada consecuencia de su esforzado desprendimiento.

Su brillante heredero, gracias a la calificada capacitación que recibió a cambio de un titipuchal de quincenas paternas en un prestigioso liceo, consiguió colocarse en un promisorio y bien pagado empleo que, sin margen de error ni operativos en contra, indiscutiblemente relevaría a mi pariente político en su función de proveedor doméstico. Nada más justo ni menos deseable, creo yo, que retribuir a los ancestros y refrescarles sus ingresos cuando se está en posición de hacerlo, pero nada más ingenuo y gelatinoso que dar por descontado que los hijos adquieren una deuda que, en algún momento de su vida, habrán de liquidar.

En numerosas sobremesas, aquel hombre compartió sus guajiros sueños de tirarse a la orilla de la playa, sin más preocupación que sostener un coco con una mano y un libro con la otra, mientras su flamante profesionista se hacía cargo de los gastos y acreedores domésticos. Ya mejor nos provocaba risa su hipotético plan de dar rienda suelta a sus dotes pictóricas, literarias o manuales a las que dedicaría su prematuro retiro de la vida laboral pero, por prudencia y por no ahondarle la pena, cuando llegó el momento tan largamente calculado, reprimimos una carcajada cuando el atribulado sujeto nos confió el origen de su desencanto filial y monetario.

Es difícil creer que un hombre tan cauto en los desembolsos, tan administrado, tan meticuloso, tan confiado en la solidez de sus inversiones (y tan ebrio como se puso, de la pura decepción) no hubiese tomado en cuenta esas insignificantes variables microeconómicas que surgen cuando otra persona, que ni es de la familia, también está sacando cuentas por su cuenta y apostando por el futuro de otro, para resolver el propio. Así que, tras cuatro o cinco meses de bonanza monetaria que le hicieron  probar su autosuficiencia y aceptable solvencia, el hipotético redentor financiero del cuñado le dio a conocer sus firmes intenciones de aplicar sus ingresos, a más tardar en seis meses, en la constitución de una nueva sociedad que no sólo otorgaría al  frustrado inversionista el flamante status de suegro, sino que le dejaría abanicando en sus pretensiones de abandonar su vida laboral activa. Así que el pobre podrá rumiar su frustración y seguir chambeando, pero no podría siquiera insinuar que no se lo advertimos.

patyblue100@yahoo.com
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