Jalisco

Contaminación: el ruido ajeno

La ciudades se están llenando de contaminación auditiva y a nadie parece preocuparle este fenómeno

Cada vez es más común escuchar cosas que uno no quiere escuchar. Ruidos que uno no pidió pero que “amablemente” alguien nos regala. La ciudades se están llenando de contaminación auditiva y a nadie parece preocuparle este fenómeno.

La primera y más común es la música ajena. Nunca falta el vecino al que le gusta oír las rolas que le mueven el sentimiento a todo volumen, valiéndole si sus vecinos quieren o no oír esa bazofia. Ahora sí que cada quien sus sentimientos y cada quien puede sufrir y azotarse tanto como quiera con un amor mal correspondido, pero el resto de la humanidad nada tiene que ver con eso, y sin embargo tenemos que soportar las canciones del ardido sin poder meter las manos. Tampoco falta el que se pone a tu lado en el semáforo con la música de banda a todo lo que da, y con la ventanas abiertas para que todos nos demos cuenta lo mucho que suena su radio (ya nadie le dice radio al auto estéreo, pero no hay mejor insulto para esos exhibicionistas que gastaron dinerales en el tuning que decirles “suena chido tu radio”).

Pero hoy en día no solo nos invade la música ajena, sino también los rezos ajenos. Las iglesias, católicas y protestantes por parejo, creen que la mejor manera de atraer clientes es haciendo ruido, como si fuera oferta de supermercado. Gracias a que se abarató la tecnología de sonido, ahora uno tiene que chutarse misas a las que no fue, penitencias por pecados que no cometió, y alabanzas a dioses en los que uno no cree (por cierto, no sé quién inventó eso de que a dios le gusta que le canten, pero o dios es sordo o el que inventó los cánticos en las misas está ya refundido en lo más profundo del infierno por creativo).

Pero lo peor son las conversaciones ajenas. La gente cree que como el teléfono ahora es portátil, su vida también es portátil y uno asiste a escenas verdaderamente impúdicas (espero no vivir para cuando el baño sea portátil). Jovencitas llorando porque el novio no les dice que sí las quiere; cuernos telefónicos en los que todos los pasajeros del avión nos tenemos que enterar que el ejecutivo trajeado de la fila 8 anda de movida; pleitos conyugales, y lo peor, políticos arrastrados a los que no les da vergüenza lambisconear en voz alta para que todo el restaurante se entere por qué les dicen los lagartos (hocicones, arrastrados y con cola que les pisen).

Uno de los derechos fundamentales de las personas es no ser invadidas en su privacidad. Éste es un derecho al que aparentemente hemos renunciado ante la complicidad o al menos, absoluto desinterés de las autoridades, pero la contaminación auditiva es hoy por hoy uno de los problemas más graves de la convivencia social y del estrés cotidiano. Es hora de tomarla en serio.
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