Jalisco

Con todo y pena

Según yo

No sin reticencias, porque eso de hacer puentes no va con mis draconianas convicciones, accedí a sumarme a la excursión familiar para aprovechar el extraordinario asueto de un día y visitar a la parentela política asentada en La Chona y zonas circunvecinas.

Cuando leí a un lado de la carretera aquel letrero que con grandes caracteres rezaba “Caseta de cobro a 500 metros”, me sentí salvada. Dos tazas de café, un jugo de naranja y un refresco embodegados durante el desayuno comenzaron a pasarme la factura desde el kilómetro 40 de la carretera con rumbo a México, y ya para el 120, mis esfínteres amenazaban seriamente con cambiar de vocación. Doy por sentado de que comentar semejantes intimidades puede interpretarse como una vulgaridad, pero que levante la mano quien no se haya visto en la inminente necesidad de desahogar una penuria fisiológica en el momento y lugar menos indicados. Y que la vuelva a levantar quien no haya sentido ese escozor mortal que recorre el cuerpo, produce escalofrío y desorbita los ojos, ante la certeza de que los entresijos en rebelión no admiten razones, prudencia ni lapsos de espera.

Con la muy seria reserva de que pudiera yo someter a juicio mis conductos renales por cien metros más, el letrero de “Prepare su cuota” me infundió nuevo aliento para seguirme conteniendo. Total, un muy breve tramo más y estaría yo liberando fluidos y espíritu con similar alivio porque, gracias a Dios, circulaba yo por una carretera de cuota que concede, entre muchas otras conveniencias, la de contar con sitios adecuados para esas treguas que los viajantes requerimos.

Apenas depositado el óbolo carretero, comencé a liberarme del cinturón y del seguro de la portezuela para apearme a la brevedad. Encomendándome a toda suerte de santos astringentes, corrí hacia mi destino para cumplir con tan puntual urgencia biológica, sólo para encontrarme con una luenga fila de prójimas que parecían haberse organizado para bailar el “meneaíto” a las puertas del baño para damas. Sólo uno, de los cinco sanitarios dispuestos en las instalaciones dotadas de llaves automáticas en los lavabos, modernos insumos para el secado de manos, con grandes espejos sobre cubiertas con genuino mármol de Carrara, estaba funcionando con mediana solvencia.

La necesidad colectiva nos hizo perder el pudor; primero, para tratar de contenerla a fuerza de bailoteos que ya no escandalizaban a nadie y, luego, para soltar cuanto denuesto se nos vino a la cabeza contra los servicios que ofrecen, y no cumplen, las autopistas de cuota. Danzando en el décimo octavo sitio que me tocó ocupar en la horizontal, no iba yo a salir del apuro y sí a meterme en uno mayor, así que cuando observé que una afanadora abandonaba el baño de caballeros, intuí que no había ninguno adentro y pues, con la pena, pedí a la señorita que me “echara aguas” en la puerta, mientras yo hacía lo propio en el interior.

Mal acababa yo de pacificar mis belicosos interiores, cuando ya una decena de congéneres se disputaban el derecho de utilizar uno de los cuatro sanitarios que sí funcionaban. Total, ni los muebles ni las cañerías saben de sexos, pero sí el trío de pudorosos bigotones que tuvieron que esperar a que el sexo débil desalojara sus feudos, para poder ingresar. Lo bueno es que en éste y otro medio millón de rubros en el país, vamos en franca recuperación.

patyblue100@yahoo.com
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