Jalisco
Con la piel chinita
Según yo
Recuerdo particularmente que cuando la seño Vicky nos platicaba los horrores que perpetraban los señores feudales, allá en tiempos medievales, la piel se me ponía chinita. Era tal el énfasis que esta mentora ponía en describir las atrocidades que cometían con quienes les servían, que nomás de imaginarlo comenzaba yo a generar una pueril sensación de repudio y se me alborotaba una especie de naciente e inducida conciencia social temprana.
Por la enjundiosa retórica de mi maestra, crecí sabiendo que los amos del feudo medieval sólo podían compararse en maldad, saña y alevosía con los judíos que crucificaron a Diosito, quienes también eran descritos en tan lastimosos términos por la seño Lupe, quien era la encargada de imbuirnos oficialmente el espíritu católico que sobrevolaba en el colegio y que nos llevaba a sostener encarnizadas luchas por conseguir el primer lugar en catecismo.
El paso de los años, que no siempre perdonan ni conceden razón a nuestros mentores de antaño, me abrió los ojos para darme cuenta de que no todos los ricos eran malosos, ni todos los judíos se ensañaron excepcionalmente con Jesús, y que, por tanto, tal vez no estarían chamuscándose en los infiernos a los que, mediante un juicio tan sumario como cargado de indignación, los mandaron a convivir mis maestras con su vehemente verborrea.
Pero si algo no le he de perdonar, sobre todo a la de Historia, es que me haya hecho creer que esos “dueños de vidas y haciendas”, como también nombraba a los descarados y abusivos feudales, desaparecieron con el avance de la civilización y el surgimiento de legendarios y sucesivos paladines justicieros. O quizá a mi hoy difunta mentora le faltaron años de vida para ver que, ahora, estos abusadores del trabajo ajeno nomás cambiaron de nombre y tácticas de tortura, pero siguen haciendo de las suyas con el simple y llano poder de su firma o, más bien, la falta de ella, como sucedió en el caso que me desató los recuerdos descritos.
Así, me di cuenta que el feudal de hoy ni siquiera sale a sudar la legua recorriendo sus dominios, ni se asolea, porque el fin de semana en la playa seguramente le tocó nublado, pero le bastan cinco minutos de imprevisión para tomar el control y reordenar las vidas ajenas, sobre todo de quienes le sirven y a quienes demora el justo pago por su trabajo con el pasguato recurso de que, dada su capital investidura y su ocupadísima atención, “se le olvidó firmar los cheques”.
El feudal de hoy, con aquella desfachatez que confían en que es naturalmente comprensible para sus subordinados, enmienda planas y desbarata planes, a ley de sus tamaños y aunque deje a otros pendiendo del infortunio económico. Y éstos, a quienes sí he tenido el disgusto de conocer y padecer su informalidad, me ponen la piel todavía más chinita.
patyblue100@yahoo.com
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