Jalisco
Cine de miedo
SEGÚN YO
Los astros y la coyuntura logística se conjuntaron a mi favor y me fui a meter a la sala fílmica cuyo horario de proyección cuadraba con mis arbitrios. Error. Craso error del que debí ser advertida por tantos cinéfilos como pululan a mi alrededor, y a quienes no perdono el no haberme apercibido de las inconveniencias de acudir a un condominio de salas en donde parece que al cine le han tumbado su rango de séptimo, para convertirlo en nonagésimo, y no precisamente, arte.
No había pero para anteponer a su ubicación y vasto estacionamiento. Ni qué objetar del expedito y computarizado sistema de venta de boletos. Injusta sería si descalificara la vigencia y variedad de los filmes que exhibían. Empero, nunca pensé que el precio por tales maravillas comenzaría yo a pagarlo apenas traspuesto el umbral del conjunto, en aquel hediondo pasadizo de acceso a las diferentes salas, en donde un exótico tufo, mezcla de baño de mercado con guarache sudado y esencia artificial de cereza invitaban a volver al exterior, en busca de otros aires menos polutos.
Una vez salvada la barrera del olor, en el interior ya oscurecido de la sala, a tientas di con un mullido asiento que me sorprendió agradablemente por su versatilidad. Pero, al cabo de dos minutos, me percaté de que aquella disponibilidad que el armatoste tenía para adecuarse a cada uno de mis movimientos no era posturopédica, sino obediente a los tornillos que faltaban para sostener la butaca con firmeza. De modo que, aunque la película no me resultó particularmente entretenida, puedo asegurar que me mantuvo, virtualmente, al filo del asiento.
En tales condiciones, y aunque la vieja usanza del intermedio me resulta abominable, acogí de buen grado la interrupción de la película, no sólo para ceder a la provocación de embodegarme un tambo de palomitas con un galón de refresco desabrido, aunque para ello hubiera de transitar de nuevo por el pasillo del horror olfativo, sino para reacomodarme los cuadriles y buscar un nuevo asentamiento menos bailarín.
No puedo aquí sino agradecer a las empleadas de la fuente de sodas que con su apoltronado servicio y lerda atención al cliente me impidieron romper la dieta. Merced a la pasmada diligencia con que seis, de las siete que ahí estaban, se ocupaban de limpiar vitrinas, acarrear hielos, contar dinero y menesteres por el estilo, fue que sólo los primeros diez prójimos, en una fila como de veinte, pudieron ser atendidos durante un lapso cuya duración es todo un misterio no develado ni a los despachadores que no pudieron darme razón del tiempo que dura la interrupción de la cinta.
Finalmente asumí que, como en los tinacos, también en las salas cinematográficas hay niveles. patyblue100@yahoo.com
Síguenos en