Jalisco

Cincuenta años del mercado de San Juan de Dios

Por: Juan Palomar Verea

Es de celebrar la existencia de un mercado como el de San Juan de Dios de Guadalajara. Es un espacio emblemático para la ciudad, y constituye uno de los rasgos que contribuyen a darle personalidad y reconocimiento a la urbe. Recordemos que los mercados cumplen una función vital para los habitantes, la del abasto mismo, y que, además, realizan otra no menos primordial tarea: la de reunir a los ciudadanos y contribuir de manera cotidiana a la efectiva socialización y convivencia de la población.

Además suelen ser, como es el caso, poderosos atractivos turísticos para todo tipo de visitantes.

El sitio que ocupa el mercado de San Juan de Dios ha sido un lugar de comercio e intercambio a lo largo de casi toda la vida de Guadalajara. De manera espontánea, y muy acorde a tradiciones aún anteriores a la presencia española, un tianguis informal ocupó el llano contiguo al templo y hospital de San Juan de Dios, a la propia vera del río del mismo nombre.

Existen algunas primitivas vistas de los tendidos y manteados. Por lo menos dos mercados formales precedieron al actual. Del segundo, se sabe que fue construido hacia 1928, con proyecto del ingeniero Pedro Castellanos. Las imágenes de la época muestran una graciosa edificación con trasuntos mozárabes. Apenas duró treinta años, víctima de la expansión del comercio y de las nuevas necesidades; también, es justo decirlo, de los tan socorridos afanes modernizadores de los años cincuenta. El actual mercado se proyectó además sobre sendas manzanas adicionales adquiridas al efecto al oriente de la instalación.

La concepción del mercado, a cargo del lamentado arquitecto (e ingeniero) Alejandro Zohn es absolutamente magistral. Y una de las mayores señales de su valía reside en el hecho de haber, precisamente, soportado cincuenta muy intensos años no solamente conservando su vigencia funcional y formal, sino encarnando, en el tejido urbano de la ciudad, un hito definitivo y entrañable. El proyecto del mercado -es interesante el dato- fue la tesis que para obtener el título de ingeniero realizara Alejandro Zohn.

La misma fábrica del mercado desborda un agradecible optimismo y una ejemplar sobriedad y justeza en sus recursos constructivos. Los cascarones de concreto utilizados resultan más que adecuados elementos para conformar los espacios requeridos por las funciones del mercado. Además se han comportado con solvencia desde el punto de vista de resistencia y durabilidad.

La obra del mercado de San Juan de Dios persiguió, para bien y para mal, toda la carrera de su autor. Es difícil sostener una similar brillantez cuando se produce una obra de tal calado y calidad como primera hechura profesional. Los sucesivos arreglos, ampliaciones y adaptaciones de la instalación fueron también motivo de múltiples desvelos para Zohn.

Celebrar a San Juan de Dios es también celebrar a sus tenaces locatarios, a sus millares de clientes, a Guadalajara que, en este caso, ha sabido conservar y valorar una de las mejores obras arquitectónicas del siglo XX en México.

jpalomar@informador.com.mx
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