Carlos Corona estorba
Un hombre que trabaja en un espacio técnico del Congreso, un funcionario menor, un joven priista que no tiene un cargo de representación popular
No tiene ni 35 años y ya trae una larga cola que empieza a estorbar a todos sus amigos. En dos semanas, con poco esfuerzo y sin despeinarse su impecable flequito, este hombre se ha convertido en el blanco del repudio generalizado de la clase política.
Se trata de Carlos Corona, el secretario del Congreso, el responsable de firmar nóminas, entregar coches, cheques, viáticos y demás con la autorización de los diputados. Básicamente se trata de un gerente que confundió su papel con el del dueño y mezcló la idea de la administración con la de la propiedad. Ay… pasa siempre con el poder; pasa siempre con la señora de la ventanilla de los cheques.
Apenas hace seis meses era el delfín de Beatriz Paredes, el brillante joven que representaba al nuevo priismo (el de los engominados seductores), el abogado con experiencia en la cueva de lobos de la UdeG. A la primera lo empezaron a ver feo. A la segunda, los panistas se fueron contra él. A la tercera, los perredistas prefirieron sacar el hombro que habían metido. A la cuarta, los diputados priistas decidieron voltear a otro lado y ahora hasta el vocero de Beatriz Paredes ya metió distancia con el ex dirigente de la FEU. ¿Cómo se explica esto en un medio en el que las conductas de políticos avorazados son la moneda corriente todos los días?
Y es que a ver. Las irregularidades que hasta ahora se le han adjudicado son de las que irritan a los ciudadanos pero no de las que alcanzan para el repudio político. Ninguna es mayor que la que se encuentra en otros lares: pago de nómina abultada, prepotencia en sus oficinas, protagonismo en el Congreso, rumores sobre extorsiones pasadas, casas compradas a tierna edad y, horror de horrores, adquisición de un vehículo de lujo para él y otro para su esposa.
El hombre hace puercadas, eso está claro, pero hasta ahora ni ha cometido delito comprobable, ni está más sucio que sus congéneres. Sin embargo, la mayor y más imperdonable ofensa que ha cometido es la que lo tiene a él, un funcionario menor, como centro de la vida legislativa en Jalisco. La entidad en una situación grave y este hombre jalando enojos hacia sí. Que renuncie, que lo destituyan, que se compre los autos que quiera, pero afuera. Aquí estorba.