Jalisco

Biblioteca Iberoamericana, convergencia para libros impresos y digitales

Nadie habla. El sonido de los ventiladores gobierna, acompañado de rechinidos de sillas y gargantas rasposas

GUADALAJARA, JALISCO (07/FEB/2011).- Libros impresos contra digitales. Si la web es rápida y permite acceder a información de todo el mundo, ¿quiénes suelen acudir y permanecer entre estantes colmados de enciclopedias y diversos volúmenes de papel? En Guadalajara, la respuesta está en viejos recintos como la Biblioteca Iberoamericana “ Octavio Paz”.

Libros impresos y computadoras con las que se accede a textos digitales, conviven en la Biblioteca Iberoamericana, ubicada en el Centro Histórico de Guadalajara, en la calle Colón, a pocos pasos de la Estación Plaza Universidad del Tren Ligero. Se trata del albergue original del Colegio Santo Tomás de Aquino (1591), primer centro educativo local que impartió “altos estudios de latinidad” fuera de la capital de la Nueva España.

Entrar a la biblioteca pareciera el ingreso por los costados de una iglesia; tal vez como resabio de sus orígenes, luego de que algunas nacieron en los templos de las ciudades y tuvieron en principio una función religiosa. No tiene butacas, pero hay dos filas de mesas de cuatro personas. No habla nadie, se escuchan los rechinidos de sillas, gargantas rasposas y ahí gobierna el sonido de los ventiladores.

En el interior, un señor barbón, con cabello casi blanquecino, rostro parecido al del cubano Fidel Castro, lee el periódico. Desdobla el formato sábana sin fijar su vista en ningún lado. Se pone de pie y toma un libro de las Obras Generales, con títulos de Geografía Universal e Historia. Toma asiento y revisa otra vez el impreso. Se levanta, limpia los anteojos y revisa su celular. Un mensaje importante lo obliga a salir sin apagar la lámpara de la mesa. Ya no regresa.

Otro hombre permanece sentado en una de las 20 mesas de la sala principal. Usa una gorra con logotipo de una cervecería y carga una mochilita negra. Revisa el Aviso de Ocasión. En su mano derecha sostiene un lapicero y como director de orquesta pasea de izquierda a derecha la pluma, revisando y circulando, mientras bosteza y cierra los ojos lentamente. Brinca, abre los ojos y sigue con su búsqueda.

Dos mesas más adelante, pero en la fila izquierda, otro adulto viste un traje negro con corbata azul. Dos libros de Cultura Maya y uno de Historia Universal están sobre su mesa. Es un maestro de historia que duerme con el arrullo que brindan los ventiladores.

Hay cinco acervos en la biblioteca: Bellas Artes, Ciencias Sociales, Literatura, Historia y Obras de Referencia. Un novato en las vicisitudes bibliográficas recorre el pasillo del acervo de Ciencias Sociales, camina al de Filosofía y llega a las Obras Generales. Regresa al de Ciencias Sociales. El bibliotecario, en actitud similar a la de empleados de tiendas de ropa del Centro tapatío, se le acerca, lo saluda, platica, le explica y señala con su mano cómo está distribuido el stand.

Acervo

La Biblioteca Iberoamericana “Octavio Paz” compila la producción intelectual de los países de América, Brasil, España y Portugal. Además, contribuye al conocimiento de nuestra identidad cultural, con alrededor de 20 mil 200 títulos.

La Puerta Siqueiros del recinto fue diseñada por el pintor David Alfaro Siqueiros y realizada por un artesano local de nombre Juan Hernández. Además de las representaciones de personajes históricos tiene tallado a un militar sentado sobre los hombros de un hombre del pueblo, un templo representado como carga que doblega a otra figura anónima, que simbolizan el fanatismo, la ignorancia, la opresión, junto con sus opuestos, la fraternidad, la enseñanza y la libertad.

La biblioteca no sólo es sitio de libros; es, también, lugar de bostezos y tallones de ojos. Un espacio donde, a esas horas, las personas adultas son mayoría. Ellos leen el periódico, revisan sus apuntes para preparar su clase o simplemente buscan leer sin ruidos de por medio una novela contemporánea. Como si fuera asunto generacional, para los jóvenes está la sala de computadoras, al lado de la sección para niños, la cual ese día luce sola.

Grupos de estudiantes de escuelas preparatorias suelen visitar la biblioteca luego de ser obligados o motivados a visitarla. Cuatro bachilleres, por ejemplo, ingresan y observan los murales de la bóveda. Señalan las representaciones de personajes históricos que están en la Puerta Siqueiros. En la hoja izquierda, de arriba a abajo, aparecen Felipe Ángeles, Lenin y Friederich Engels; en la hoja derecha, en el mismo orden, están representados Emiliano Zapata, Benito Juárez, Karl Marx y Francisco Villa. Los jóvenes ríen y murmuran entre ellos, ven a los hombres que leen el periódico y entran entre aventones.

El maestro de historia que dormía placenteramente, despierta por el escándalo de los jóvenes, ve el reloj y se percata de que se le hace tarde para dar la clase. Sale casi corriendo del lugar.
Un hombre llega con un libro en la mano izquierda. En la derecha sostiene unos wolkman con unas orejeras de locutor de radio. Elige una mesa sola, enciende la lámpara de 20 watts, abre el libro y empieza a leer.

Lee cuatro líneas y escribe una, levanta la mirada, se toca la barbilla y borra lo escrito. Bosteza y abre la boca como un león haría con sus fauces. Se reclina en la silla, introduce su mano en la bolsa del pantalón, saca un pañuelo blanco y se limpia la cara y los anteojos. Vuelve su mirada al libro y borra otra vez. Suspira, mueve la cabeza de izquierda a derecha.

El bibliotecario

El bibliotecario trabaja como abarrotero que acomoda los productos de su tienda en el stand. Llega a la mesa donde han dejado los libros consultados, los toma y camina sin dudar al sitio que le corresponden.

Entra un papá con su hija y le señala a ésta, con el índice, los murales de Siqueiros y De la Cueva. De seguro el padre le explica que fueron realizados a finales de 1925, por Amado de la Cueva y David Alfaro Siqueiros, dos muralistas mexicanos que se caracterizan por destacar en sus obras la lucha revolucionaria y un arte nacional enraizado en el pasado indígena. El papá se convierte en el guía de turismo de su pequeña, ella pregunta algo y él contesta. Después salen y no vuelven.

Afuera de la biblioteca, en Plaza Universidad, se escuchan miles de murmullos, motores de los autos que transitan por la avenida Juárez. Las personas caminan, se detienen, ríen y observan el espectáculo de un show de mimos y payasos enmascarados. Mujeres y hombre vienen y van, o se quedan, como el hombre con parecido a Fidel Castro que ahora observa pasar a la gente sentado en la silla de un bolero, mientras le pintan sus botas.

No tan lejos de ahí se oye el sonido de una voz que transmitida desde un megáfono denuncia una lista de injusticias. El edificio de la Biblioteca Iberoamericana está ahí desde 1951. Sus muros parecieran escuchan y observar lo que sucede a su alrededor. Como esperando a que las personas entren y disfruten un momento diferente al trajín de afuera.
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