Jalisco
Anorexia, una lucha para toda vida
Los tratamientos para Trastornos de la Conducta Alimentaria son tan complejos como esas enfermedades, coinciden especialistas
anorexia y la bulimia.
Es una historia tan compleja como las enfermedades de las que se escapa, afirman la psicóloga Patricia Domínguez y el psiquiatra Gustavo Cuéllar, de la Clínica de Ansiedad, Depresión y Estrés (CADE) de Guadalajara. Cada mes, el internado del centro recibe a unas 10 pacientes graves con TCA, que son puestas no en un par, sino en por lo menos seis pares de manos: psicólogo, psiquiatra, internista, nutrióloga, enfermera, vigilantes hasta para ir al baño… y, si el asunto lo requiere, a veces con un cardiólogo y un endocrinólogo. “Todos trabajan al mismo tiempo; de lo contrario, las posibilidades de éxito son pocas”, dice el psiquiatra.
Los TCA son un pulpo con muchos tentáculos, recuerda Patricia Domínguez, una de las pioneras de la región en el tratamiento de estos males. La obsesión por la flacura no ocurre de la noche a la mañana; en ella influyen dinámicas familiares, presión social, herencias genéticas, desajustes biológicos, alteraciones químicas, rasgos de personalidad.
Un pulpo con muchos tentáculos y la punta del iceberg de un problema emocional.
Estefanía, una egresada de CADE, tiene suerte, pues combate su terror a la gordura y a la recaída con un tratamiento médico.
La mayoría de las personas que viven con un TCA están solas. Un cúmulo de soledad, si se considera la frecuencia de estos padecimientos. Las cifras más conservadoras del área de Psiquiatría del Hospital Civil de Guadalajara, señalan que por lo menos 0.5% de las jóvenes del mundo viven con anorexia y 1% con bulimia. Otra institución, la Clínica Ellen West, con sede en la Ciudad de México, afirma que 3% de las mexicanas de entre 13 y 18 años tiene anorexia, y tiene bulimia 9% de las jóvenes en ese rango.
En Jalisco estos cálculos significan que por lo menos dos mil 100 y hasta 12 mil 740 adolescentes se matan de hambre, mientras entre cuatro mil 200 y 38 mil 200 vomitan para no engordar.
Un problema, ninguna respuesta
Mientras eso ocurre, en México no hay una estrategia oficial para atender el problema. No existe una campaña masiva, tampoco un internado de estancia larga para casos extremos ni la noción de que debe haberlos, coinciden los que trabajan en el asunto: los médicos de la CADE; la fundadora de la carrera de Nutrición de la Universidad de Guadalajara, Claudia Hunot; la especialista en adolescentes del Hospital Civil de Guadalajara, Adriana Ascencio; la psicóloga infantil del mismo nosocomio, Lourdes de la Mora, e incluso Oswaldo Briceño, de la Clínica de Trastornos de Alimentación del Instituto Jalisciense de Salud Mental ( Salme), uno de los pocos programas públicos que han girado la mirada hacia lo evidente.
Gustavo Cuéllar aclara que la situación en México no es excepcional. Todo lo contrario: “Ningún sistema de salud del mundo ha atendido el problema a tiempo. Todos trabajan a marchas forzadas. Faltan sitios de atención y personal capacitado”.
El resultado es que del total de las afectadas, incluso del total más conservador, muy pocas se atienden y menos se mantienen en el tratamiento.
En 2010, el área de Nutrición del Hospital Civil atendió a 30 personas con TCA —cuatro de ellas debieron ser hospitalizadas por su gravedad—. La encargada del servicio, Sandra Vélez-Escalante, dice que de cada 10, sólo tres se mantienen en tratamiento, mientras dos lo toman y lo dejan de manera intermitente. El resto sigue vomitando y sigue sin comer.
—¿Cuál es la dieta?
—La dieta es que no haya dieta, sino una alimentación balanceada.
Esa dieta resulta más nutritiva si se incluye a los padres en el tratamiento, aclara Patricia Domínguez. De lo contrario, la probabilidad de recaída es de 50 por ciento.
Estefanía no recayó a secas. Planeó su recaída. Estaba a punto de cumplir 15 años de edad y había vivido los últimos seis meses en la CADE: “Pesaba 39 kilos y me sentía gordísima, así que le exigí a mis papás unas vacaciones en la playa. Me obedecieron. En la playa bajé dos kilos en cuatro días”.
Hay fotografías de ese viaje. Un esqueleto de cabello castaño y labios carnosos viaja en la cubierta de un barco pequeño. Junto a una piscina, un esqueleto posa con la mirada seca. Un esqueleto se hace tomar fotos en las que jamás sonríe.
“Esas fotos son de septiembre, cuando pesaba 37 kilos. En diciembre me estanqué en 32. Me estaba muriendo, pero no dormía pensando la manera de bajar más”. Literal. Una madrugada, su padre oyó ruidos en la casa y fue a investigar. Halló a Estefanía en la rutina de abdominales que había comenzado siete horas antes. La siguiente escena fue la de Estefanía volviendo a la clínica, donde permaneció otros cuatro meses. Han transcurrido un par de años. Hoy Estefanía pesa 55 kilogramos y, aunque le gustaría pesar 45 —“mi peso ideal”—, no lo intenta.
Patricia Domínguez dice que las pacientes de la CADE que tienen éxito poseen dos características: el deseo de aliviarse y el apoyo de su familia.
El primer ingrediente le falta a Daniela, que también es un nombre falso para una adolescente de 16 años que vive en el Oriente de Guadalajara. No reconoce que vive con anorexia aunque la escasez de alimentos la hizo perder la menstruación desde diciembre de 2007: “No tengo tiempo para psicólogos. Me metí a las olimpiadas de biología y quiero estudiar”.
En las últimas fechas, tampoco tiene el apoyo familiar. Hace unos meses su tío, neurocirujano, prometió que la curaría. La llevó a su casa, le preparó los alimentos, la obligó a comer, la hizo engordar y la regresó a su hogar, donde Daniela se puso más flaca que nunca. “Ahora mi tío no me habla”.
Sin estar al tanto del caso de Daniela, Gustavo Cuéllar advierte que entre los médicos hay mucha ignorancia sobre los TCA, que muchas veces se abordan como un berrinche. “Nadie diagnostica lo que no conoce. Por eso es importante que haya más información, para que los médicos de primer contacto envíen a sus pacientes a recibir ayuda profesional y que en las escuelas primarias el problema se aborde con la misma intensidad que la obesidad”.
El psiquiatra recuerda que la anorexia y la bulimia deben tratarse como un problema se salud mental. Y como una adicción, añade Claudia Hunot, quien echó a andar el Área de Trastornos de la Conducta Alimentaria de la clínica Oceánica.
Los especialistas coinciden con que no deben confundirse las clínicas para trastornos alimentarios con clínicas de engorda. El fin de los tratamientos es que las pacientes tengan una relación distinta con la comida.
Igual que en la Clínica de Trastornos de Alimentación del Instituto Jalisciense de Salud Mental, en la CADE sólo se interna a las más graves. La diferencia es que la primera es pública y tiene capacidad para periodos muy breves de estancia. En la segunda, la esperanza cuesta unos 60 mil pesos mensuales.
—¿Quiénes son las más graves?
—Las que tienen más tiempo con la obsesión… y las que han visitado a Ana y Mía —responde Gustavo Cuéllar.
Ana y Mía en la red
Ana y Mía son el eufemismo de “anorexia y bulimia”. La mancuerna se repite medio millón de veces en los buscadores de internet y también se puede hallar si se teclea “anorexia tips”, que arroja unos 90 mil resultados. En casi 600 mil páginas se hace apología de los TCA; circulan recetas para comenzar la hambruna; se describen tretas para engañar a los psicólogos, y las víctimas, que con un lenguaje infantil se autodenominan “princesitas”, se aconsejan para continuar al borde de la muerte.
Ana y Mía recomiendan: “Maréate a ti mismo, así no querrás comer”, “compra ropa pequeña y tortúrate porque no entras en ella”, “haz mezclas repugnantes con la comida que te llevarás a la boca”, “si comes 500 calorías por lo menos quema 550”, “nunca comas cómoda”.
La dieta de Ana y Mía consiste en ayunar los primeros dos días; comer un plátano, un jugo y un poco de yogurt durante el tercer día, y definirse el cuarto día: continuar el régimen alimenticio anterior o comer para vomitar. Las usuarias de estas páginas son activas: “Hola. Necesito ayuda para dejar de comer. Alguien que kiera ayudar a estar wapa”, suplica una. “Yo antes vomitaba con mucha facilidad, pero ahora me cuesta trabajo. Ayúdenme. Necesito estar deprimida para vomitar”, pide otra. Las respuestas no esperan: “Observa a los demás comer y siéntete superior. Ellos están alimentando sus gordos cuerpos…”, sugiere una acomedida.
El problema es que le hemos dado significados a los cuerpos y a la comida. Es indispensable suprimir esos significados, dice la psicóloga infantil del Hospital Civil, Lourdes de la Mora, quien aconseja hablar de alimentos sanos y alimentación balanceada, en lugar de “comida que engorda”, “comida que enflaca” o incluso “comida chatarra”.
No es tan fácil. Estefanía egresó hace dos años del internado, pero tiembla ante un plato de pozole porque es “pura chatarra”. Por lo menos ya come. Dejó de hacerlo dos veces y, cuando volvió a probar, soportó varios días de calambres mortales.
Con todo, sus ingresos a la clínica y sus recaídas no son lo peor. “Lo peor es que sé que voy a seguir luchando toda la vida”.
Señales de alerta
La niña o adolescente pierde peso sin causa aparente.
Disminuye la ingesta de alimentos o suprime cierto tipo de comidas.
Evita comer en presencia de otros y dice que ya comió.
Parte la comida en pedazos muy pequeños.
Inmediatamente después de comer va al baño.
Consume laxantes —hay quienes toman hasta 75 al día— y diuréticos.
Hace mucho ejercicio y toma mucha agua.
Muestra preocupación excesiva por el cuerpo y los contenidos calóricos de los alimentos.
La comida es su tema de vida.
A dónde acudir
Instituto Jalisciense de Salud Mental: 36 33 93 83 extensión 281.
Clínica de Ansiedad, Depresión y Estrés: 12 04 03 43 y 12 04 03 44.
Vanesa Robles
Ningún sistema de salud del mundo ha atendido el problema a tiempo. Todos trabajan a marchas forzadas. Faltan sitios de atención y personal.
No deben confundirse las clínicas de engorda. El fin de los tratamientos es que las pacientes tengan una relación distinta con la comida.
GUADALAJARA, JALISCO (13/ABR/2011).- Lo trabajoso no es dejar de comer, sino volver a comer, dice Estefanía. Tiene 17 años y un doctorado en el tema de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA). A los 10 años se propuso adelgazar. A los 12 cruzó la línea entre la dieta y la manía. A los 14 pesaba 30 kilogramos. La han internado dos veces. Tiene dos años “limpia”, pero le teme a la comida, al espejo y a las recaídas: la historia de la recuperación de la
Es una historia tan compleja como las enfermedades de las que se escapa, afirman la psicóloga Patricia Domínguez y el psiquiatra Gustavo Cuéllar, de la Clínica de Ansiedad, Depresión y Estrés (CADE) de Guadalajara. Cada mes, el internado del centro recibe a unas 10 pacientes graves con TCA, que son puestas no en un par, sino en por lo menos seis pares de manos: psicólogo, psiquiatra, internista, nutrióloga, enfermera, vigilantes hasta para ir al baño… y, si el asunto lo requiere, a veces con un cardiólogo y un endocrinólogo. “Todos trabajan al mismo tiempo; de lo contrario, las posibilidades de éxito son pocas”, dice el psiquiatra.
Los TCA son un pulpo con muchos tentáculos, recuerda Patricia Domínguez, una de las pioneras de la región en el tratamiento de estos males. La obsesión por la flacura no ocurre de la noche a la mañana; en ella influyen dinámicas familiares, presión social, herencias genéticas, desajustes biológicos, alteraciones químicas, rasgos de personalidad.
Un pulpo con muchos tentáculos y la punta del iceberg de un problema emocional.
Estefanía, una egresada de CADE, tiene suerte, pues combate su terror a la gordura y a la recaída con un tratamiento médico.
La mayoría de las personas que viven con un TCA están solas. Un cúmulo de soledad, si se considera la frecuencia de estos padecimientos. Las cifras más conservadoras del área de Psiquiatría del Hospital Civil de Guadalajara, señalan que por lo menos 0.5% de las jóvenes del mundo viven con anorexia y 1% con bulimia. Otra institución, la Clínica Ellen West, con sede en la Ciudad de México, afirma que 3% de las mexicanas de entre 13 y 18 años tiene anorexia, y tiene bulimia 9% de las jóvenes en ese rango.
En Jalisco estos cálculos significan que por lo menos dos mil 100 y hasta 12 mil 740 adolescentes se matan de hambre, mientras entre cuatro mil 200 y 38 mil 200 vomitan para no engordar.
Un problema, ninguna respuesta
Mientras eso ocurre, en México no hay una estrategia oficial para atender el problema. No existe una campaña masiva, tampoco un internado de estancia larga para casos extremos ni la noción de que debe haberlos, coinciden los que trabajan en el asunto: los médicos de la CADE; la fundadora de la carrera de Nutrición de la Universidad de Guadalajara, Claudia Hunot; la especialista en adolescentes del Hospital Civil de Guadalajara, Adriana Ascencio; la psicóloga infantil del mismo nosocomio, Lourdes de la Mora, e incluso Oswaldo Briceño, de la Clínica de Trastornos de Alimentación del Instituto Jalisciense de Salud Mental ( Salme), uno de los pocos programas públicos que han girado la mirada hacia lo evidente.
Gustavo Cuéllar aclara que la situación en México no es excepcional. Todo lo contrario: “Ningún sistema de salud del mundo ha atendido el problema a tiempo. Todos trabajan a marchas forzadas. Faltan sitios de atención y personal capacitado”.
El resultado es que del total de las afectadas, incluso del total más conservador, muy pocas se atienden y menos se mantienen en el tratamiento.
En 2010, el área de Nutrición del Hospital Civil atendió a 30 personas con TCA —cuatro de ellas debieron ser hospitalizadas por su gravedad—. La encargada del servicio, Sandra Vélez-Escalante, dice que de cada 10, sólo tres se mantienen en tratamiento, mientras dos lo toman y lo dejan de manera intermitente. El resto sigue vomitando y sigue sin comer.
—¿Cuál es la dieta?
—La dieta es que no haya dieta, sino una alimentación balanceada.
Esa dieta resulta más nutritiva si se incluye a los padres en el tratamiento, aclara Patricia Domínguez. De lo contrario, la probabilidad de recaída es de 50 por ciento.
Estefanía no recayó a secas. Planeó su recaída. Estaba a punto de cumplir 15 años de edad y había vivido los últimos seis meses en la CADE: “Pesaba 39 kilos y me sentía gordísima, así que le exigí a mis papás unas vacaciones en la playa. Me obedecieron. En la playa bajé dos kilos en cuatro días”.
Hay fotografías de ese viaje. Un esqueleto de cabello castaño y labios carnosos viaja en la cubierta de un barco pequeño. Junto a una piscina, un esqueleto posa con la mirada seca. Un esqueleto se hace tomar fotos en las que jamás sonríe.
“Esas fotos son de septiembre, cuando pesaba 37 kilos. En diciembre me estanqué en 32. Me estaba muriendo, pero no dormía pensando la manera de bajar más”. Literal. Una madrugada, su padre oyó ruidos en la casa y fue a investigar. Halló a Estefanía en la rutina de abdominales que había comenzado siete horas antes. La siguiente escena fue la de Estefanía volviendo a la clínica, donde permaneció otros cuatro meses. Han transcurrido un par de años. Hoy Estefanía pesa 55 kilogramos y, aunque le gustaría pesar 45 —“mi peso ideal”—, no lo intenta.
Patricia Domínguez dice que las pacientes de la CADE que tienen éxito poseen dos características: el deseo de aliviarse y el apoyo de su familia.
El primer ingrediente le falta a Daniela, que también es un nombre falso para una adolescente de 16 años que vive en el Oriente de Guadalajara. No reconoce que vive con anorexia aunque la escasez de alimentos la hizo perder la menstruación desde diciembre de 2007: “No tengo tiempo para psicólogos. Me metí a las olimpiadas de biología y quiero estudiar”.
En las últimas fechas, tampoco tiene el apoyo familiar. Hace unos meses su tío, neurocirujano, prometió que la curaría. La llevó a su casa, le preparó los alimentos, la obligó a comer, la hizo engordar y la regresó a su hogar, donde Daniela se puso más flaca que nunca. “Ahora mi tío no me habla”.
Sin estar al tanto del caso de Daniela, Gustavo Cuéllar advierte que entre los médicos hay mucha ignorancia sobre los TCA, que muchas veces se abordan como un berrinche. “Nadie diagnostica lo que no conoce. Por eso es importante que haya más información, para que los médicos de primer contacto envíen a sus pacientes a recibir ayuda profesional y que en las escuelas primarias el problema se aborde con la misma intensidad que la obesidad”.
El psiquiatra recuerda que la anorexia y la bulimia deben tratarse como un problema se salud mental. Y como una adicción, añade Claudia Hunot, quien echó a andar el Área de Trastornos de la Conducta Alimentaria de la clínica Oceánica.
Los especialistas coinciden con que no deben confundirse las clínicas para trastornos alimentarios con clínicas de engorda. El fin de los tratamientos es que las pacientes tengan una relación distinta con la comida.
Igual que en la Clínica de Trastornos de Alimentación del Instituto Jalisciense de Salud Mental, en la CADE sólo se interna a las más graves. La diferencia es que la primera es pública y tiene capacidad para periodos muy breves de estancia. En la segunda, la esperanza cuesta unos 60 mil pesos mensuales.
—¿Quiénes son las más graves?
—Las que tienen más tiempo con la obsesión… y las que han visitado a Ana y Mía —responde Gustavo Cuéllar.
Ana y Mía en la red
Ana y Mía son el eufemismo de “anorexia y bulimia”. La mancuerna se repite medio millón de veces en los buscadores de internet y también se puede hallar si se teclea “anorexia tips”, que arroja unos 90 mil resultados. En casi 600 mil páginas se hace apología de los TCA; circulan recetas para comenzar la hambruna; se describen tretas para engañar a los psicólogos, y las víctimas, que con un lenguaje infantil se autodenominan “princesitas”, se aconsejan para continuar al borde de la muerte.
Ana y Mía recomiendan: “Maréate a ti mismo, así no querrás comer”, “compra ropa pequeña y tortúrate porque no entras en ella”, “haz mezclas repugnantes con la comida que te llevarás a la boca”, “si comes 500 calorías por lo menos quema 550”, “nunca comas cómoda”.
La dieta de Ana y Mía consiste en ayunar los primeros dos días; comer un plátano, un jugo y un poco de yogurt durante el tercer día, y definirse el cuarto día: continuar el régimen alimenticio anterior o comer para vomitar. Las usuarias de estas páginas son activas: “Hola. Necesito ayuda para dejar de comer. Alguien que kiera ayudar a estar wapa”, suplica una. “Yo antes vomitaba con mucha facilidad, pero ahora me cuesta trabajo. Ayúdenme. Necesito estar deprimida para vomitar”, pide otra. Las respuestas no esperan: “Observa a los demás comer y siéntete superior. Ellos están alimentando sus gordos cuerpos…”, sugiere una acomedida.
El problema es que le hemos dado significados a los cuerpos y a la comida. Es indispensable suprimir esos significados, dice la psicóloga infantil del Hospital Civil, Lourdes de la Mora, quien aconseja hablar de alimentos sanos y alimentación balanceada, en lugar de “comida que engorda”, “comida que enflaca” o incluso “comida chatarra”.
No es tan fácil. Estefanía egresó hace dos años del internado, pero tiembla ante un plato de pozole porque es “pura chatarra”. Por lo menos ya come. Dejó de hacerlo dos veces y, cuando volvió a probar, soportó varios días de calambres mortales.
Con todo, sus ingresos a la clínica y sus recaídas no son lo peor. “Lo peor es que sé que voy a seguir luchando toda la vida”.
Señales de alerta
La niña o adolescente pierde peso sin causa aparente.
Disminuye la ingesta de alimentos o suprime cierto tipo de comidas.
Evita comer en presencia de otros y dice que ya comió.
Parte la comida en pedazos muy pequeños.
Inmediatamente después de comer va al baño.
Consume laxantes —hay quienes toman hasta 75 al día— y diuréticos.
Hace mucho ejercicio y toma mucha agua.
Muestra preocupación excesiva por el cuerpo y los contenidos calóricos de los alimentos.
La comida es su tema de vida.
A dónde acudir
Instituto Jalisciense de Salud Mental: 36 33 93 83 extensión 281.
Clínica de Ansiedad, Depresión y Estrés: 12 04 03 43 y 12 04 03 44.
Vanesa Robles
Ningún sistema de salud del mundo ha atendido el problema a tiempo. Todos trabajan a marchas forzadas. Faltan sitios de atención y personal.
No deben confundirse las clínicas de engorda. El fin de los tratamientos es que las pacientes tengan una relación distinta con la comida.
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