Jalisco

Al son del waka waka

Para beneplácito del tercer mundo las cosas ya no son como antes

A no dudar, los cambios en nuestro planeta son cada vez más constantes, imprevisibles, inimaginables y drásticos. Más allá de lo climatológico, político, económico y social, en donde el globo ha experimentado toda suerte de espasmos, ora sí se está trastocando el orden ancestral para convertir lo imposible en viable y lo insólito en cotidiano, al menos por un rato.

Como gemía mi abuela con nostálgica frecuencia, las cosas ya no son como antes, ni siquiera en “lo más importante de lo no importante”, como define el periodista Javier Solórzano al futbol, que por hoy nos trae henchidos de patriotismo e hinchados de incredulidad frente al desacato permanente de los patos que se regodean tirándole a las escopetas. No conforme con derribarlo, el esmirriado y beligerante David le hace trompetillas al caído Goliat, quien se soba el chichón en la frente, imaginando que con eso aliviará también su orgullo abollado.

Para muestra, ya se pasaron de un solo botón. Aunque sobrados de porra, ni en los más guajiros sueños podría un equipo mexicano figurarse la hazaña de darle un serio llegue a la napoleónica fanfarronería de la tribu gala. Ni en pleno estertor de la pachequez podrían los serbios imaginar que serían capaces de doblegar a la temible e imbatible escuadra teutona. Sólo una oncena de suizos en franco delirio por estupefacientes se habría visto haciendo morder el polvo a los ibéricos constituidos, además, en los favoritos para adjudicarse el campeonato mundial. Y seguimos contando al ritmo del waka waka.

Por lo pronto y hasta hoy, sin contar con que en lo sucesivo las llamadas potencias pudieran restaurar su legendaria hegemonía en el deporte de las patadas, y para beneplácito del tercer mundo, las cosas ya no son como antes, pero aún faltan algunos muros por caer y, en lo personal, como ávida e irredenta consumidora de eventos y emisiones deportivas, la dicha se me redondearía si viera también caer algunas hegemonías mediáticas a las que nada queda por aportar y son instaladas en horario estelar, para que todos tomemos nota de su penosa caducidad.

Me refiero, puntualmente, a los comediantes televisivos que en el pasado no muy lejano se hicieron de un nombre y que, ahora, con galopante estulticia y desbocada ramplonería dilapidan ese caudal inapreciable que es la asiduidad de un público al que ofenden, no sólo con el facilismo y obviedad de sus rutinas tan bembas como predecibles, sino con la sugerencia de que talento es lo único que no necesitan para sobresalir en ese plano luminoso que tantos pesos cuesta.

Admito réplicas, pero honestamente pienso que, para merecer el calificativo de “malos”, les faltaría evolucionar, y que individuos como Facundo, Chaparro y Derbez no necesitaban ir tan lejos para lanzar al aire su gratuita insolencia, rebosante vulgaridad y humor sin inteligencia. Como alguien con más tino que yo divulgó alguna vez, para el arrastre andamos si en un país tan famoso por su chispa, ingenio y picardía, nuestro mejor comediante es una mano con un par de ojos ensartados entre los dedos.
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