Jalisco

—''Al enfermo...'', etc.

A la voz de ''¡Abracadabra!'', presentaron en sociedad su deslumbrante SITI

Una regla de oro de los magos consiste en conseguir que la mano sea más rápida que el ojo...
La celeridad con que el gobernador de Jalisco y los alcaldes de Zapopan, Tlaquepaque y Tlajomulco revolvieron los ingredientes, los pusieron dos minutos en el horno de microondas —lo que demoran en “hacerse” unas palomitas de maíz—, los bañaron con salsa de botella, los vaciaron en un plato desechable (grande, eso sí), y, a la voz de “¡Abracadabra!”, presentaron en sociedad su deslumbrante SITI (siglas en español de una ensalada denominada Sistema Integral de Transporte Intermodal), que dejó estupefactos y patidifusos a los circunstantes.

—II—

El factor sorpresa fue, en el caso, la clave del impacto. Como aún no se disolvían los ecos del rotundo y unánime “No al Macrobús” de los alcaldes de la Zona Metropolitana de Guadalajara, y sí, en cambio, “el respetable” —como lo llaman en la jerga taurina— daba fe de las aparentes revanchas políticas derivadas de esa decisión, nadie esperaba, en el corto plazo, novedades significativas en materia de proyectos de movilidad. Los cálculos más optimistas los vislumbraban, si acaso, para el año 2012, en el inicio —casi simultáneo— de las próximas administraciones, estatal y municipales.

La portentosa invención que la convención de magos se sacó, “al alimón”, de la chistera, fue, como consta en actas, una mescolanza (“eclecticismo”, le dicen los elegantes) de sistemas de transporte público: desde el tranvía propuesto por el alcalde de Zapopan hasta el Macrobús que conectaría a El Salto y Tlajomulco, vía Tlaquepaque, con Guadalajara...

—III—

Como puede verse, nada emparentado, ni remotamente, con los modernos sistemas de transporte colectivo que los jefes de la tribu fueron a ver a Atlanta y Tucson. Sí, en cambio, una variante de la fórmula de la enfermera del Hospital Civil de Zamora, retratada por José Rubén Romero en “La Vida Inútil de Pito Pérez”...

(Para quienes ni leyeron la novela ni vieron la película, la enfermera en cuestión llegaba a la sala general con una bandeja cargada de frascos. “¿Quién quiere pastillas?”, preguntaba. “¡Yo, yo, yo...!”, contestaban los enfermos. “¿Quién quiere cucharadas?”, preguntaba después. Y así sucesivamente, con supositorios, lavativas y hasta inyecciones, a las que se suscribían, casi exánimes, los más graves... Quizás el procedimiento no fuera muy ortodoxo. Pero tenía una ventaja: que nadie podía quejarse de que en ese hospital no se aplicaba la regla suprema de “Al enfermo, lo que pida”).
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