Jalisco
Agonía dentro de un ducto de ventilación
LA CRÓNICA NEGRA
“Permaneció sin vida un día entero, atascado en los ductos de aire de una empresa dedicada a la fabricación de productos naturales. Presuntamente había ingresado de manera ilegal con el propósito de robar y su cuerpo no fue descubierto sino hasta que los empleados del sitio iniciaron labores a temprana hora del lunes”, citó un diario local respecto al suceso, que aterró a los trabajadores que atestiguaron un par de brazos amoratados sobresalir de entre la estructura de acero.
De acuerdo con los reportes de legistas forenses, Luis Enrique Soto Carrillo eligió un viernes por la noche o sábado en la madrugada para vulnerar la seguridad de aquella fábrica naturista ubicada en la intersección de Caldera y Oleoducto, en el Álamo Industrial, de Tlaquepaque. Si bien las autoridades dedujeron que entró con el fin de robar, el propósito real viajó con él a un lugar mejor, pues su cuerpo inerte no daría declaraciones; fue descubierto hasta el lunes en la mañana.
Extraño que dicho receso les sea permitido, incluso, a los encargados de la seguridad en el lugar, pues la forma en la que aquel hombre de 33 años fue localizado esa mañana del 26 de enero denotaba que varios gritos desesperados de ayuda emanaron de su garganta poco antes de que su corazón se detuviera.
Fulminante y certero, fue un paro cardiaco y no el abandono del aire lo que terminó con la vida de Luis Enrique, cuyos restos fueron retirados del sitio tras varias horas de ardua labor por parte de los rescatistas. El horror narrado por el guardia que, aquel inicio de semana encendió las aspas que proveerían de aire fresco a la empresa y, en su lugar, escuchó un lúgubre crujir, lo orilló a constatar que, aquello que los ventiladores dañaron no era sino un cuerpo humano.
Retirar sus restos de entre los canales de aire requirió el uso de herramientas especiales para destrabarlo y las labores tomaron más de tres horas, pues aunado al hecho de que estaba hinchado, la angostura de los referidos ductos es de 60 centímetros, según los informes concedidos por quienes tomaron dicha labor.
Insólito, que un hombre de medida promedio osara, siquiera, trepar a la azotea de aquel edificio en plena zona industrial y contemplara introducirse por esos canales, sólo para que, metros antes de llegar a su objetivo, se percate que los metales que lo aprisionaban, y que él creía endebles, resultaran no serlo tanto, y que a pesar de los esfuerzos desesperados por salir, su imposibilidad para deshacerlos y alcanzar la libertad eliminaron de su mente la meta que nunca alcanzó.
Los oficiales comentaron que trató de patear, aunque 60 centímetros de espacio evidentemente le impedían fuerza en sus movimientos. Sólo restó esperar… esperar a que aquella anecdótica luz comenzara a nublar su visión y el sudor frío que se mezcló con la angustia y el dolor que ya afectaban su pecho depararan en lo irremediable: el dulce tacto de la mensajera de desgracias, que en ese caso torció el significado de la muerte y lo convirtió en un placer redentor.
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