Jalisco
—A. J. y D. J.
Aprendices de oráculo proclamaron que, a partir del triunfo de Jimena, Guadalajara debe volver a los primeros planos de la vida nacional
—II—
Las efusiones por el triunfo de la tapatía Jimena Navarrete en el certamen de Miss Universo, obligaron a evocar algunos episodios gloriosos, relativamente recientes, de la historia local...
Hace medio siglo coincidieron (o casi) tres hitos: uno, la conquista del primer campeonato del futbol mexicano por parte del Guadalajara que labraría, eslabón a eslabón, el título de “Campeonísimo”: el único equipo integrado exclusivamente por jugadores nacionales; dos, la designación del entonces arzobispo de Guadalajara, José Garibi Rivera, como el primer cardenal mexicano; tres, la conquista del primer campeonato de boxeo absoluto por parte de José Becerra. La racha de inusitadas distinciones motivó a un moderno juglar a confeccionar estos inspirados versos (a los que, inspirados y todo, en poco tiempo barrieron hacia la nada los inmisericordes vientos del olvido): “Jalisco tiene tres cosas / que hacen la Tierra temblar: / su equipo Guadalajara, / Becerra y el cardenal”.
Más allá de las efusiones, acaso como prueba de que de la euforia al disparate sólo hay un paso, algunos modernos aprendices de oráculo ya se precipitaron a dar a la noticia la interpretación sensacionalista, al proclamar que, a partir del triunfo de Jimena, Guadalajara debe volver a los primeros planos de la vida nacional; que la ciudad —sucia, conflictiva, insegura, ruidosa, grafiteada...— “se define y se sabe bonita” (!); al encomiar “la fortaleza moral de Guadalajara, que sabe el tremendo poder de contagio que tienen sus valores” (?); que “Guadalajara es sinónimo de las características que definen la mexicanidad”; que “los tapatíos están orgullosos de sus artistas y referentes nacionales que han dado al mundo”, y unas cuantas frases más del mismo jaez: retumbantes, deslumbrantes... y huecas.
—III—
Nadie objetaría que a Jimena (a quien se felicita por su triunfo... y se desea paciencia para soportar a los enjambres de parásitos que querrán medrar de él) se le incorporara, en vida, a la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, y que una reproducción, en bronce, de su vera efigie, contribuyera a equilibrar, por sí misma, los estropicios escultóricos que proliferan en la ciudad. Y a nadie sorprendería que, ante los excesos verbales derivados de su éxito, el próximo reconocimiento internacional para un tapatío fuera —si es que hay un galardón para ese arte y ciencia— el Premio Nobel del Humorismo Involuntario.
Síguenos en