Jalisco
A la hora que les da, pero en punto
SEGÚN YO
Mi intolerante y acalorado espíritu, entonces, disminuyó el punto de ebullición al que había llegado porque, si el cuate de marras alcanzaría su objetivo en diez minutos, sin duda debía encontrarse a no más de tres cuadras del lugar, o esperando la flecha para dar vuelta y abordar la avenida, porque en una ciudad como la nuestra, con su complejo tráfico y perenne escarbadero por doquier, el lapso enunciado no da para más. Pero algo le pasa a mi reloj (y seguramente a todos los que he tenido en mi vida), que nunca mide el tiempo en coincidencia con los cronómetros del resto del planeta. Debo padecer una suerte de hipertensión que a la par me acelera el pulso y el giro de las manecillas, porque los diez minutos ajenos, mi tiliche siempre los convierte en 30 o 40.
De modo que, apostada en un expendio donde la bebida cuesta cuatro veces más que en cualquier cafetería decente y a tres sorbos de dar cuenta del brebaje helado que pedí para amortiguar la espera, tanteé que en lo sucesivo la sobrellevaría en seco, porque los tiempos no dan para invertirle casi cien pesos a dos vasos de lo que sea. Ahí, lamentando haberme convertido, por enésima vez, en la que siempre debe aguardar a que otros honren sus compromisos con puntualidad, escribí mentalmente el capítulo 180 de un hipotético volumen intitulado “Sólo Dios sabe cuánto los odio”, inspirado, motivado e inducido por esos abortos de Cronos que comparten características que les hace aún más insufribles.
Nadie como ellos para madrugar excusas no pedidas, y generalmente idiotas. Son ejemplo de constancia, ya que infaliblemente fallan a la hora pactada. Ni quién les gane en disciplina, porque nunca conceden tregua a su informalidad. Son insuperables en su entrega apostólica, porque su habitual tardanza siempre obedece a causas en favor del prójimo por cuya culpa no llegan a la hora que quedan.
Lo repudiable, sobre todo para quienes tenemos la “manía” de llegar a tiempo es que, finalmente, los impuntuales son los entes más privilegiados del universo organizado en sociedad, porque en su gloria y atención, o para la dignificación de su intolerable cachaza, cientos de puntuales son sacrificados diariamente, en actos y ceremoniales que posponen su inicio hasta el solemne arribo de los indolentes.
“Prefiero ver caras apenadas, que oír disculpas idiotas”, farfullaba un amigo, harto de ser vejado no sólo por su formalidad, sino por la sarta de argumentos que debía almorzarse cada vez que le quedaban mal. Porque, después de todo, ¿a quién le importan los motivos que pueda tener quien se toma la libertad y se adjudica el derecho de abusar de nuestro tiempo?
patyblue100@yahoo.com
Síguenos en