Jalisco
— Uno de borrachos
Para la gente afín a la religión, hay, especialmente en el Nuevo Testamento, varios capítulos que encomian al vino
(El tipo que llega a su casa a las tres de la mañana. “¡Mira qué horas de llegar son éstas!”, lo reconviene la esposa. “¿Y quién te dijo que ya llegué? —replica él, tranquilamente—: nada más vine por la guitarra...”).
Las historias de borrachos, en cambio, son —salvo excepciones— patéticas.
—II—
Para la gente afín a la religión, hay, especialmente en el Nuevo Testamento, varios capítulos que encomian al vino —“fruto de la vid y del trabajo del hombre”— e implícitamente justificarían a quienes acostumbran consumirlo: el primer milagro de Jesús, realizado a instancias de su madre en las Bodas de Canáan, fue la transformación del agua en vino, y no —como seguramente hubieran preferido los abstemios a ultranza y promotores de la abstinencia como forma de vida— a la inversa. Su mensaje en La Última Cena aludió expresamente al vino: “El que no comiere mi carne (por el pan en la Eucaristía, según la tradición institucionalizada por la Iglesia) ni bebiere mi sangre (por el vino en que se opera, también según la Iglesia, la transustanciación), no alcanzará un lugar en la vida eterna”...
“Bonum vinum laetificat cor hominem” (el buen vino alegra el corazón de los hombres), afirma el proverbio. Ingerido con moderación, el alcohol no sólo es socialmente aceptado: es ampliamente recomendado por los médicos. Ingerido en exceso, en cambio, alcanza a ser una patología. Los especialistas advierten que el alcohol llega a dominar los pensamientos, las palabras y las acciones de quienes lo ingieren de manera descontrolada. Mezclado con la gasolina —metafóricamente hablando—, está probado que es, en las sociedades modernas, una de las combinaciones más mortales que existen.
De los cuentos, ya se dijo, hay muchos de antología... Verbigracia, el del borrachito que llega a su casa, va al baño y se mira en el espejo.
“Yo a ti te conozco”, dice. Va a la recámara, se pone la pijama, se acuesta... y cuando está a punto de quedarse dormido, reacciona y regresa presuroso al baño. “¡Ya me acordé! —dice frente al espejo—: ¡Te he visto en la peluquería!”.
—III—
Moraleja de la historia: los borrachitos de los chistes muy bien pueden ser divertidos; los borrachos de la vida real, en cambio, siempre son patéticos. Y en casos extremos, hasta trágicos.
(“Y a quien le quede el saco...”).
Síguenos en