Jalisco

— Un clásico

Fue un especie de pintor costumbrista de una realidad urbana muy específica

Sin claudicar de su humildad, don Gabriel Vargas —el padre intelectual de “La Familia Burrón”, fallecido el pasado 27 de mayo— tenía plena conciencia de su calidad de Clásico. Alguna vez, luego de recibir uno de los muchos reconocimientos que cosechó en vida, dijo: “Haré historietas mientras queden en México ricos en expansión, pobres en decadencia, soberbios en inflación y humildes apachurrados”. Cumplió hasta donde sus fuerzas se lo permitieron. Mantuvo con vida a sus entrañables personajes, nacidos en 1948, hasta el 26 de agosto del año pasado, cuando él contaba 94 años y había llegado al número mil 616 de la colección.

—II—

Gabriel Vargas fue a la historieta, con creces, lo que José Rubén Romero, Armando Jiménez, Hermenegildo Torres y Oscar Lewis, a través de “La Vida Inútil de Pito Pérez”, “Picardía Mexicana”, la “PUP” y “Los Hijos de Sánchez”, respectivamente, quisieron ser a la literatura, o lo que Cantinflas fue al cine. Fue un especie de pintor costumbrista de una realidad urbana muy específica: la del lumpenproletariado de la Ciudad de México.

Lo fue en una época en que la historieta cubrió, durante más de una generación, la transición entre el libro, la televisión y la computadora con todas sus variantes. Sus personajes (Regino, Macuca, Borola, Regino chico, Foforito, Cristeta Tacuche, Ruperto, Avelino Pilongano, Gamucita, El Tractor, Wilson...) tenían la peculiaridad que Gabriel García Márquez reconocía en los que creó Juan Rulfo para su magistral novela Pedro Páramo: llevaban el nombre que les quedaba a la medida. Como decía Jorge Amado de sus criaturas: tenían vida propia.

Sin perder el equilibrio; sin caer en el recurso barato de las vulgaridades en su acepción más ramplona —las leperadas, las situaciones escatológicas o el lenguaje ídem—, retrataban magistralmente a los arquetipos de la clase social media-baja, e incluían, con el fino recurso del sarcasmo, su buena dosis de crítica social: los políticos atrabiliarios (perdón por el pleonasmo); los impartidores de justicia venales (la mano enguantada en el escritorio de los jueces, con una rotunda e imperativa leyenda; “Caifás”)...

—III—

“La Familia Burrón” fue tema de doctas monografías y de sesudas tesis sobre semántica, antropología o sociología popular. Vargas, así, tal vez sin proponérselo, hizo lo que muchos autores serios no han conseguido: enseñar divirtiendo. Se lleva la gratitud imperecedera de una generación de mexicanos que encontró en su obra una etapa inicial o intermedia en la afición por la lectura.
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