Jalisco

— ¡Qué nivel...!

El estira y afloja, con algunos cientos de millones de pesos como manzana de la discordia, ha tenido algunos pasajes verdaderamente lamentables

El debate —por no decir “las vencidas verbales”— de los últimos meses entre el Gobierno del Estado y la Universidad de Guadalajara, casi siempre a nivel de “recaditos” a través de los medios, casi nunca mediante el diálogo civilizado, con la “exigencia” de ésta por un aumento en las aportaciones económicas de aquél, bien puede compararse con un zafarrancho dominical de lucha superlibre en arena arrabalera. Con una salvedad: que en la controversia entre dos instituciones que deberían ser especialmente celosas de su propio prestigio social y respetuosas del de su contraparte, pocos sabrían distinguir a los técnicos —si es que los hay— de los rudos.

—II—

El estira y afloja, con algunos cientos de millones de pesos como manzana de la discordia, ha tenido algunos pasajes verdaderamente lamentables. Por una parte, las amenazas, menos veladas de lo que recomendaría la diplomacia, de “radicalizar” las manifestaciones de gremios y asociaciones vinculadas con la Universidad. Por la otra, las insinuaciones, menos sutiles de lo que aconsejaría el tacto político, de que el manejo del presupuesto por parte de las autoridades universitarias no es tan transparente ni tan pulcro como afirman machaconamente quienes sólo dan por buenas sus propias auditorías, y se resisten a someterse a cualquier otra que, en cambio, resultara aceptable y convincente para tirios y troyanos.

En uno de los “rounds” más recientes de ese toma y daca de dimes y diretes, el rector general de la Universidad no resistió la tentación de revirar una alusión personal del secretario general de Gobierno, con este primor de dardo dialéctico (documentado en varios medios): “A palabras de borracho, oídos de cantinero”.

A su vez, el diputado local (en sus tiempos libres, amén de empresario textil y ganadero) Héctor Álvarez Contreras, tampoco resistió la tentación de subirse al ring, como espontáneo, para “toparle” al rector con esta primorosa gema argumental: “Pues si él dice que ‘A palabras de borracho, oídos de cantinero’, yo le digo que ‘A palabras de marrano, oídos de matancero’...”.

—III—

No hay necesidad de ilustrar al ciudadano común, repartiendo trípticos en que se den a conocer las reglas del juego en que se encuentran enfrascadas dos instituciones —o, más precisamente, algunos de sus más prominentes y “honorables” funcionarios— que deberían hacer del respeto a sí mismas y a los demás, la regla suprema de su conducta...
Está claro quién será, al final de la película, el ganador: el más barbaján.
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