Jalisco

— Pruebas, pruebas...

No hace falta que el cardenal Juan Sandoval se retracte de nada. Basta con que pruebe sus aseveraciones

No hace falta que el cardenal Juan Sandoval se retracte de sus insinuaciones acerca de venalidad y corrupción del jefe de Gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, y de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, no precisamente por haber decidido que los matrimonios integrados por personas del mismo sexo pueden adoptar, sino por haber declarado, de manera colegiada, que las reformas en ese sentido, recientemente incorporadas en el Código Civil del Distrito Federal, concuerdan con el espíritu de la Constitución al no conculcar a ningún ciudadano ese derecho, en función de sus preferencias sexuales...

Subrayémoslo: no hace falta que Su Eminencia se retracte de nada. Basta con que pruebe sus aseveraciones. Punto.

—II—

Entre las abundantes réplicas del sismo que constituyeron las declaraciones de Sandoval, el domingo pasado en Aguascalientes, y profusamente difundidas y comentadas en la prensa nacional e internacional, un comunicado del Arzobispado de Guadalajara—confeccionado con escrupuloso apego a la doctrina tradicional de la Iglesia, y redactado, ese sí, en un lenguaje moderado (nada que ver con la rudeza verbal del prelado)— deplora “esta decisión que en nada beneficia a las personas en México, y que se orienta directamente a dañar, profunda e irreversiblemente, al matrimonio constituido por varón y mujer...”, etc. Otro tanto vale decir de la declaración de la Conferencia del Episcopado Mexicano en pleno, a favor de “un debate de altura” sobre ese y otros temas, y que declara que “los obispos consideran que equiparar con el nombre de matrimonio a estas uniones, es una falta de respeto, tanto a la esencia del matrimonio entre una mujer y un hombre, expresado en la Constitución en el Artículo Cuarto, como a las costumbres y a la propia cultura que han regido por siglos...”.

—III—


En eso, precisamente, consiste debatir: en aportar, de manera comedida, opiniones, argumentos, conceptos; en rebatir, de manera respetuosa —caritativa, diría un cristiano—, a partir de la honesta convicción de que son erróneos, los argumentos del adversario. No en lanzarse a la yugular de quien piensa diferente... Después de todo, no es a base de ironías ofensivas ni de tirar la piedra de la calumnia y esconder cobardemente la mano como se gana una discusión... sobre todo si el leit motiv de la misma es lo que supuestamente buscan, siempre con rectitud de miras, siempre con nobleza de propósitos, aunque ocasionalmente por diferentes caminos, tanto las instituciones civiles como las eclesiásticas: el bien común.
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