Jalisco

— “Pedalea...”

El Tonto de Patolandia —ahora el ciudadano común—, como el perro callejero, come de todo... y aún mueve la cola

“¡Quién los entiende...!”, exclamaría la abuela.

Primero fue la premura por quitarle a Guadalajara un título del que se afrentaban sus orgullosos habitantes: “Pueblo bicicletero”. Ahora, al contrario: la premura por ponérselo de nuevo.

—II—


Lo de menos es el afán de hacer, como dice el refrán, “de la necesidad, virtud”. A cualquiera con dos dedos de frente —otra expresión peculiar de la abuela— le queda claro que el afán de “el supremo Gobierno, que no se equivoca nunca” (esta frase es de Pito Pérez) por habilitar espacios adecuados para que la bicicleta vuelva, literalmente, por sus fueros, no obedece tanto a la convicción, a partir de premisas muy discutibles, de que se trata de un sistema de transporte adecuado para algunos miles de personas, en las circunstancias particulares de Guadalajara, cuanto a la imposibilidad de encontrar verdaderas soluciones a las crecientes necesidades de movilidad de los ciudadanos construyendo puentes vehiculares donde quepan y habilitando sistemas “peor es nada” de transporte colectivo —el Macrobús, por ejemplo— motorizados.

A favor del uso de la bicicleta, la Zona Metropolitana de Guadalajara, en Otoño e Invierno, tiene la topografía: la ciudad es más bien plana (como sostenía, mitad trovador, mitad urbanista, Jorge Negrete: “Guadalajara en un llano, México en una laguna”).

En contra, en Primavera, los calorones; en Verano, los aguaceros; en todo tiempo, los automóviles que saturan casi todos los espacios... Y, por supuesto, las distancias; las malditas distancias... El “Pueblo bicicletero” que fue hasta hace medio siglo, podía recorrerse, de extremo a extremo, a amable golpe de pedal, sin necesidad de ser un “Zapopan” Romero o un Rafael Vaca —los mejores ciclistas mexicanos de la época— en media hora. Ahora, en cambio...

—III—

Como quiera, quienes de su inventiva para discurrir ocurrencias y de su habilidad para vendérselas como genialidades a los gobernantes han hecho su “modus vivendi”, en la promoción de “ciclovías” y similares encontraron, evidentemente, un filón inagotable.

Cualquier espacio susceptible de ser allanado, embadurnado de asfalto y declarado “ciclovía” —el que se planificó sobre las rodillas, se construyó “al ’ai se va” y acaba de inaugurarse en Zapopan, a inmediaciones del CUCEA, por ejemplo—, les parece apropiado para incorporarlo a la “infraestructura urbana” y a las supuestas opciones de “transportación sustentable” que se proponen a los ciudadanos.

Total, el Tonto de Patolandia —ahora el ciudadano común—, como el perro callejero, come de todo... y aún mueve la cola.
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