Jalisco

— Paranoia

Viene a cuento ese presunto chascarrillo, a una historia con respecto a la cual el ciudadano común dudaría entre ponerse a temblar... o echarse a reír

Decía un humorista —residente en las antípodas de donde habitan los científicos— que la diferencia entre un psicótico y un neurótico estriba en que el primero cree que dos y dos son cinco, mientras que el segundo sabe que dos y dos son cuatro... pero lo interpreta como una ofensa personal.

Viene a cuento ese presunto chascarrillo, a una historia con respecto a la cual el ciudadano común dudaría entre ponerse a temblar... o echarse a reír.

—II—

Se trata del enésimo round de la pugna verbal entre el Gobierno del Estado y la Universidad de Guadalajara (UdeG). Al cabo de la marcha del martes a Casa Jalisco, para hacer oír las reiterativas demandas de los dirigentes de la casa de estudios, maestros y alumnos de la Preparatoria Tonalá Norte hicieron su manifestación, presentaron el consabido pliego petitorio y agregaron “unos libros” y un par de calaveras (bastante agraciadas, por cierto) de papel maché, elaboradas por los propios estudiantes en sus clases de arte. La interpretación oficial del Gobierno de Jalisco fue en el sentido de que el obsequio “remite a las acciones (...) de grupos delictivos que advierten a sus enemigos (...) sobre posibles acciones futuras”. A despecho de que la UdeG trató de explicar, mediante otro boletín, que “las calaveritas forman parte de la artesanía nacional” y que el obsequio no llevaba ninguna segunda intención, y mucho menos tan ruin como insinuó —por decir lo menos— el boletín gubernamental, el propio gobernador Emilio González Márquez fue mucho más lejos, al ponerle nombre y apellido al supuesto remitente, y al dar por hecho el mensaje del regalito: “¿También mi esposa está amenazada de muerte por Raúl Padilla...?”.

—III—

El pleito verbal había llegado, hasta hace una semana, a un punto interesante para la sociedad: que la autoridad actúe como corresponde, en beneficio de los intereses del pueblo, y obligue a la UdeG a someterse a una escrupulosa auditoría, que despeje absolutamente todas las posibles dudas acerca del destino que da a los fondos públicos que se le entregan, por parte de los ciudadanos... y aun del propio Gobierno, que tampoco se significa por su austeridad y su pulcritud en el manejo del erario.

Llegar al punto al que se ha llegado, envía al ciudadano común un mensaje lamentable: que tanto la principal universidad pública como el Gobierno de la Entidad están en poder de rufianes, y no —¡como debería de ser!— en las mejores manos posibles.
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