Jalisco

— Midas mestizo

El resultado que se dio por bueno era el siguiente: el mexicano más exitoso —en términos de capital— de cuantos han existido, gana, cada hora, cuatro millones de dólares

Hace unas semanas, cuando la revista “Forbes” informó que un mexicano es el hombre más rico del mundo, algunos especialistas en números se entregaron a un ejercicio digno de los expertos en tormentos chinos que ejercían, en los ya remotos años de infancia, como maestros de matemáticas. Se trataba, a partir e ciertas constantes y de determinadas variables, de calcular a qué ritmo se acrecienta la fortuna de nuestro Rey Midas mestizo. El resultado que se dio por bueno era el siguiente: el mexicano más exitoso —en términos de capital— de cuantos han existido, gana, cada hora, cuatro millones de dólares. Es decir, 66 mil 666 dólares por minuto.

Para reducirlo, traducido a pesos, a una cifra comprensible para sus conciudadanos, la fortuna del moderno Creso aumenta a razón de 13 mil 333 pesos por segundo. Conclusión: el trabajador que gana el salario mínimo (mil 680 pesos al mes), puede jactarse de que él, modestia aparte, gana, en un año, tres mil 467 pesos más que Carlos Slim... en un segundo.

—II—

El caso fue que a Carlos Slim —un mexicano a quien ya hizo justicia la Revolución— se le preguntó, a propósito de los temas de seguridad (o, mejor dicho, de inseguridad) que preocupan a sus coterráneos, si puede caminar tranquilo por las calles de México. La pregunta se le hizo en Los Pinos, en donde fue testigo de honor del anuncio del enésimo programa oficial solemnemente anunciado en lo que va del año (la Agenda del Agua 2030, para más señas). La respuesta fue desarmante:

—Si quieres —le dijo al reportero—, nos vamos a caminar ahorita...

—III—

La respuesta aplastó al reportero. Para cuando quiso reaccionar, Slim ya se había montado al automóvil. Un cristal polarizado (y, quizá, blindado) lo había aislado del resto del mundo. El reportero ni siquiera pudo percatarse si, además del chofer, otras personas viajaban en el vehículo. Tampoco consignó, patidifuso como lo dejó la respuesta, si otros vehículos escoltaban al de don Carlos. No pudo, por tanto, seguirlo: comprobar si, por ejemplo, se dirigió a un centro comercial; si entró a una tienda a probarse unos zapatos, y a otra a preguntar cuánto cuesta la camisa que está en el aparador... y si tienen de su talla.

Lástima, pues, que al reportero no le cayó el veinte a tiempo para haberle agarrado la palabra... Hubiera sido muy interesante saber en qué México vive el señor Slim.
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