Jalisco

— Los dos y el burro

Es inevitable, para quien conoce la historia, aplicarla a los alcaldes de los municipios formalmente conurbados ya con Guadalajara

El cuento de “Los dos y el burro” es paradigmático. Viene a colación, además, para la situación que se vive en la Zona Metropolitana de Guadalajara. Quienes a nivel estatal y municipal cobran por gobernar como si lo hicieran bien (gobernar; no cobrar...), cuentan las horas que faltan para que se venza el plazo que les concedieron quienes hacen exactamente lo mismo (cobrar bien por gobernar mal) a nivel federal: si al finalizar el mes no presentan un proyecto conjunto de movilidad urbana, a los mil millones de pesos que la Federación aportaría para la ejecución del mismo, les saldrían alitas.

—II—


El cuento remite al caso del padre, el hijo y el burro que discurrían por un camino. Los dos primeros eran objeto de críticas de arrieros y vecinos, lo mismo si uno montaba al burro que si lo hacía el otro... y no se diga cuando, por querer complacer a los metiches, los dos montaron al asno.

Es inevitable, para quien conoce la historia, aplicarla a los alcaldes de los municipios formalmente conurbados ya con Guadalajara (Zapopan, Tlaquepaque, Tonalá y Tlajomulco): dueños de una visión aldeana, incapaces de entender que el asunto de la movilidad urbana tiene que plantearse y resolverse como un problema metropolitano, necesariamente colectivo (José Martí —con las debidas licencias— lo plantearía así: “O nos condenan juntos, o nos salvamos los cinco”), empecinados en jalarle a la cobija cada cual para su lado, a la voz de “sálveme yo y que se hunda el mundo”, cada quien defiende su propio proyecto. Y no sólo lo defiende: le invierte, en viajes de observación a ciudades estadounidenses que no necesariamente viven realidades similares a las de la gran Guadalajara (perdón por el gongorismo), recursos públicos —dinero del pueblo— para proponerlo como el más viable... mientras el tiempo pasa.

—III—


En el cuento de “Los dos y el burro” —para no dejarlo inconcluso, en beneficio de las nuevas generaciones—, hay un momento en que padre e hijo atan las pezuñas del jumento y, validos de una estaca, lo cargan entre los dos. Finalmente, convencidos de que quien trata de darle gusto a todos acaba quedando mal con todos, deciden desatar al burro y caminar a su lado, lo que da pie al desenlace de la historia: los vecinos que los ven, murmuran a su paso:

—Mira: ahí van tres...

(Moraleja: cualquier semejanza con la vida real, es mera coincidencia).
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