Jalisco

— Insana cercanía

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La suprema conseja —portento de sabiduría— que la Humanidad ha conocido, válida para aplicarse, en automático, cada vez que se tiene la tentación de mezclar en el mismo chiquihuite el agua de la política con el aceite de la religión (o viceversa, que “tanto monta...”), procede del Evangelio de San Mateo, capítulo 22. A la pregunta —a todas luces insidiosa— de los fariseos, de si es lícito pagar tributo al César, Jesús, tomando una moneda, respondió con otra interrogante: “¿De quién es esta efigie y esta inscripción?”. “Del César”, le respondieron. “Pues entonces —remató, según el testimonio del evangelista—, dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”...

—II—

Lo cual no obsta para que algunos, 21 siglos después, sintiéndose lo suficientemente listillos como para enmendarle la plana al autor de la conseja, resuelven que muy bien pueden pasársela por lo que eufemísticamente se conoce como “el Arco del Triunfo”.

Caso concreto: los ilustres señores Sandoval. Uno (Aristóteles, presidente municipal de Guadalajara), aun a sabiendas de que esas cosas no se estilan, invitó a otro (Juan, arzobispo) a bendecir una calle recién pavimentada; y el otro, a sabiendas —porque tonto no es— de que el acto se interpretaría no tanto como la bendición de la calle susodicha cuanto la bendición de la burda campaña que el primero realiza ya rumbo al Gobierno del Estado, aceptó. (Las notas periodísticas, por cierto, no explican por qué al caer el agua bendita sobre el pavimento, la nubecilla de vapor que de ahí se levantó olía, inconfundiblemente, a azufre).

—III—

Decían algunos de los hombres más sabios de la comarca que Don Juan —como le dice cierto gobernador “de izquierda”— había escarmentado después del tristemente célebre episodio del “limosnazo”; que había comentado a algunas personas de su confianza sobre la conveniencia de mantener, con respecto al Gobierno, desde la frontera de la autoridad eclesiástica, la “sana distancia” recomendable en la mayoría de las relaciones humanas...

Por lo visto, no fue así. Don Juan decidió echarle peligro, y aún aprovechó para dedicar una admonición (muy poco pastoral, por cierto) al alcalde, al instarlo a terminar a tiempo las obras de repavimentación, y una reperiqueta (ídem) a los comerciantes, “para que no renieguen” por las pérdidas que las obras en cuestión les significan.

(Por cierto: como mera acotación semántica, el antónimo de “sana distancia” sería “insana cercanía”. En una palabra, promiscuidad).
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