Jalisco

— “Ingeniero dícel”

El resultado de habérsela encomendado a un “ingeniero dícel” (apócope de “dice él”) es patente... y patético

El prestigio de los hombres públicos y la fama de las obras públicas andan más devaluados —perdón por la analogía— que la reputación de las mujeres públicas. Éstas encuentran, con relativa frecuencia, defensores a ultranza de su honra; “Son —suele decirse de ellas—, vía de regla, hijas de las circunstancias”. En cambio, difícilmente cabe esa justificación para la etiqueta de “ineficientes y corruptos” que cargan, con demasiada frecuencia, los hombres públicos, o para la de “cara y mal hecha” que tantas veces, por desgracia, queda a la medida de la obra pública.

—II—

Los botones de muestra de esto último van de lo simplemente ridículo a lo decididamente trágico... Uno de los más recientes (no “el último” por la certeza, probada por la experiencia, de que la capacidad de los funcionarios públicos para meter el choclo hasta la ingle en cuanto les sueltan las manos, es inagotable) sería el recién inaugurado puente El Álamo...

Se había anunciado que la estructura, que une la Avenida Solidaridad Iberoamericana (vulgo “Carretera a Chapala”) con la Avenida Lázaro Cárdenas, operaría con circulación  vehicular en doble sentido; después, que de ingreso a Guadalajara o de salida a Chapala, indistintamente, en función de la demanda; después, porque el presidente municipal de Tlaquepaque intuyó que los carriles resultaban estrechos, que son inadecuados para el flujo “de aquí p’allá y de allá p’acá”, como dijo un célebre agente vial de Toluca; después, el dictamen de la Secretaría de Vialidad: debió haberse dejado un metro de acotamiento de cada lado, por lo menos, para que pueda operar en doble sentido.

—III—

Si se decidió gastar más de 100 millones de pesos —de dinero del pueblo, no olvidarlo—, y si se cacareó desde su anuncio como muestra fehaciente de que el Gobierno está en las mejores manos posibles, no queda claro por qué la obra en cuestión, desde que se diseñó, no se puso en manos de un ingeniero que se tomara la molestia de medir, al menos, qué tan anchos son los carros para decidir de qué tamaño deberían ser los carriles.

El resultado de habérsela encomendado a un “ingeniero dícel” (apócope de “dice él”) es patente... y patético: el puente le quedará a la circulación como el trajecito de la primera comunión a quien, para ahorrarse unos pesos, pretende usarlo el día de la boda... y aun guardarlo para ir muy emperifollado a su propio entierro.

JAIME GARCÍA ELÍAS / Periodista y conductor radiofónico.
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