Jalisco

— Homofobia

Debido a las desafortuadas declaraciones que hizo el cardenal tapatío, las respuestas no se hicieron esperar

¡Lástima...!

La ocasión parecía propicia (“providencial”, diría un creyente) para aportar a la opinión pública, de manera respetuosa, caritativa, cristiana, en una palabra, algunas de las tesis que la Iglesia, a lo largo de los siglos, ha sostenido con respecto a la homosexualidad: desde los “padres de la Iglesia” que la han satanizado, categóricamente, hasta la declaración del Papa Benedicto XVI, en enero pasado, al matizar que los matrimonios entre personas del mismo sexo, recientemente incorporados en varias legislaciones europeas y americanas (el Código Civil para el Distrito Federal, entre ellas) “atentan contra el fundamento biológico de la diferencia entre los sexos”. Y no precisamente —valga la aclaración— porque la homosexualidad, como tal, estuviera en el centro del debate, sino porque venía al caso, de manera tangencial, en los planteamientos de los juristas y en los alegatos de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación acerca de si debe concederse el derecho a la adopción de menores, a los novedosos “matrimonios”.

—II—

Lamentablemente, el cardenal Juan Sandoval Íñiguez desperdició la oportunidad para enriquecer el debate con la doctrina de la patrística. Optó por la homofobia (“aversión obsesiva hacia las personas homosexuales”). Optó —como suele hacerlo, para desgracia de las ovejas que quisieran que la voz de su pastor se caracterizara por su prudencia y por su respeto al mandamiento supremo de Jesús: el amor al prójimo (del que ningún pasaje evangélico sugiere que debe eximirse a “los maricones”, como brutalmente los califica Su Eminencia)— por el ex abrupto. Especuló sobre dádivas o sobornos (“No dudo que estén muy maiceados”, dijo) del jefe de Gobierno capitalino y de organismos internacionales” (sin sugerir, al menos, exactamente cuáles), a los ministros de la Corte.

“Maicear”, en Cuba, Guatemala y México, significa “dar maíz a las aves o a los animales”. Aplicado a los ministros de la Corte, lleva implícita la ofensa: no se maicea a las personas; sólo se maicea a los animales. Y, salvo prueba en contrario, lleva implicita la sospecha de que los ministros, en su resolución, no obedecieron a su conciencia y a su honesto compromiso con la justicia, sino a consignas. Es decir, que fueron venales.

—III—

El consuelo para los creyentes, puestos a pasar en limpio este penoso episodio, estriba en la esperanza de encontrarse, del otro lado de la frontera, a un Dios más amable (es decir, más digno de ser amado) que algunos que se ostentan como sus ministros.
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