Jalisco

— Guerras en el lodo

En una sociedad decente, el Gobierno y la universidad deberían estarse disputando la medalla de oro del respeto de los ciudadano

En la película de la historia nunca aparece en la pantalla la palabra “Fin”. En consecuencia, el capítulo de ayer, dentro del conflicto entre la Universidad de Guadalajara y el Gobierno del Estado, fue —verdad de Perogrullo— el más reciente... pero no será (“como que hay Dios”, decían, en estos casos, las abuelas), el último.

El clásico (por si hiciera falta ponerle nombre y apellido, ahí van: Raúl Velasco) lo diría así: “Aún hay más...”.

—II—


En medio de la batahola que generaron las decenas de miles de participantes en una manifestación —en la que ya el tiempo se encargará de demostrar que fue desproporcionadamente mayor el ruido que las nueces—, también hubo voces sensatas: verbigracia, la de un estudiante que, en horas de la mañana, justificaba su decisión de no participar en la marcha: “No le veo la utilidad; creo que sería mejor si las partes se sentaran a dialogar”; otra, la del presidente municipal de Guadalajara, Aristóteles Sandoval: si el argumento reiterativo del Gobierno del Estado para regatear las aportaciones económicas que demanda la UdeG es el recelo de que esos recursos se desvíen para tapar los hoyos financieros que generan las empresas parauniversitarias, merece que se le conceda el beneficio de la duda, “que se transparenten las finanzas de la Universidad” (es decir, que se le someta a un esquema de fiscalización creíble para el ciudadano común, de cuyo bolsillo sale el dinero que pasa por las manos del Gobierno y llega a los dirigentes de la Universidad); una más, la de Roberto López, dirigente del sindicato de académicos de la Universidad: que el Congreso del Estado “amarre las manos” al Gobernador, para que aplique los fondos públicos a las auténticas prioridades de los jaliscienses y no a las frivolidades que constan en actas... y al beneficio de una “burocracia de angora” costosa e improductiva.

—III—


En una sociedad decente, el Gobierno y la universidad deberían estarse disputando la medalla de oro del respeto de los ciudadanos. En Jalisco, salvo prueba en contrario, uno y otra están muy lejos del medallero. Y así como sería insensato sostener que tanto pintos como colorados tienen razón en cuanto a sus mutuas suspicacias y reconvenciones, mayor insensatez sería meter la mano al fuego a favor de la virtud de cualquiera de los bizarros participantes —pesos completos todos ellos— en el magno show de la temporada de guerras en el lodo.
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