Jalisco
— Fariseos
El asunto se volvió noticia porque Salinas habló. Y habló fuerte...
—II—
En circunstancias normales, el ciudadano común ni se hubiera enterado. La nota —que no noticia, en principio— parecía tan intrascendente como la requisición para la compra de una caja de lápices en cualquier oficina: la decisión de la dirigencia local del Partido Acción Nacional (PAN), de sustituir al coordinador de la fracción en el cabildo de Guadalajara: sale Jorge Salinas Osornio, entra Ricardo Ríos Bojórquez.
El asunto se volvió noticia porque Salinas habló. Y habló fuerte... No sólo al objetar el procedimiento —una comunicación epistolar al presidente municipal, sin enterar previamente al afectado por la remoción—, irregular y “cobarde” (un vocablo que ya calienta), sino al lanzarse a fondo...
Jorge Salinas aseveró que el problema actual de su partido, de cara a la sociedad, en Guadalajara, en Jalisco y probablemente en todo México, “es más profundo”. Aludiendo, implícitamente, a las promesas de cambio que lo convirtieron en la opción para arrebatar la estafeta de los cargos públicos, acaparada por los priistas durante 70 años, calificó al PAN como “una organización que debe mejorarse”, un poco para recuperar las posiciones políticas perdidas en las elecciones locales más recientes y aspirar a ganar la contienda estatal y federal de 2012, y un mucho para adquirir como partido gobernante el prestigio que tuvo como partido de oposición: el que tenía al bien común y a “una patria ordenada y generosa” como su meta suprema, y a la moralización de la praxis política (y no la búsqueda de cargos públicos desde los cuales medrar impunemente) como la vía para alcanzar sus nobles metas... Habló de algo evidente: la falta de liderazgos “moralmente sólidos” de su partido. Con sus declaraciones abrió públicamente la incógnita acerca de cómo —con qué cara, con qué argumentos— retomará el PAN, frente a los ciudadanos que el año próximo ejercerán como electores, “el discurso de la honestidad”...
—III—
Jorge Salinas hizo que el catarro se volviera pulmonía, en fin, al cuestionar, desde el interior de su partido, aun sin decirlo con todas sus letras (“A buen entendedor...”, reza el adagio) el evidente desprecio a los principios y la supina incongruencia de los dirigentes de un instituto político que se jactaba, precisamente, a semejanza del fariseo de la parábola (“Te doy gracias, Señor, porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano”)... de su congruencia.
JAIME GARCÍA ELÍAS / Periodista y conductor radiofónico.
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