Jalisco
— El mecatito
—¡Por eso, pues...: o se están quietos y dejan dormir, o me llevo mi mecatito!
—Oigan —dijo a sus compañeros—, yo traigo un mecatito y una aguja de árrea (implemento de que se valían los arrieros para cerrar con un cordel la boca de un costal). Les propongo que unamos sus cobijas, yo me acuesto en medio, y así los tres quedamos a cubierto.
Los amigos accedieron... Ya en la madrugada, cuando el frío era más intenso, los paisanos que estaban en las orillas empezaron a tirar de las cobijas en detrimento recíproco y en perjuicio de la comodidad del pobre que estaba en medio. Al fin este último, enfadado, les puso un ultimátum:
—¡Por eso, pues...: o se están quietos y dejan dormir, o me llevo mi mecatito!
—II—
Una de las noticias del día (la de los granadazos de la otra tarde en La Calma no cuenta, porque las autoridades ya dijeron que las balaceras son ocasionales, esporádicas, clandestinas... y, por tanto, inexistentes) fue la decisión de los ocho alcaldes de los municipios conurbados en —permítase el superlativo— “la gran Guadalajara”, de crear la Asamblea de Presidentes Municipales. Su razón de ser, a partir de algo tan obvio como que un monstruo urbano en que se hacinan cuatro o cinco millones de bípedos implumes —como llamó Platón a los especímenes de “homo sapiens” que fueron sus contemporáneos en la Atenas clásica— necesariamente tendría que ser gobernada por un estadista y no por media docena de caciques aldeanos, a cual más improvisado, sería elaborar un esquema de diálogo permanente, que permita soluciones conjuntas a los problemas comunes en materia de servicios, transporte, seguridad, etc.
—III—
La intención es buena. Y aunque el riesgo de que algún díscolo con ínfulas de divo, bien porque sea el único capaz de ver la luz, o porque alguien le lave el coco, se ponga en plan de romper consensos y de sabotear las ideas de sus colegas, siempre le quedará el recurso de ponerse drástico, como el paisano del cuento:
—¡O se están quietos y dejan dormir... o me llevo mi mecatito!
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