Jalisco

— Distopía

Primero fue la presa de Arcediano, ahora, el Macrobús

Guadalajara fue, hasta hace unos años, una de las mayores aproximaciones posibles a la Utopía de Tomás Moro.

La misma Guadalajara, de un tiempo a la fecha, es, en algunos aspectos —el agua, la seguridad, el transporte...—, una distopía; es decir, algo muy similar a la antítesis de la ciudad idílica.

—II—


Hace ocho o 10 años se afirmaba que la Presa de Arcediano resolvería el problema del suministro de agua para la Zona Metropolitana de Guadalajara, “para los próximos 25 años”. (Es decir que si hoy, finalmente, se decidiera construirla, y considerando que la construcción se llevaría, conservadoramente, cinco años, esa obra, que por su costo merecería la etiqueta de “faraónica”, por su pertinencia la de “discutible” y por sus costos de operación la de “disparatada”, ya sólo sería “la gran solución” que se cacareaba... para 10 años más). Pero como, además, la obra por excelencia del sexenio anterior, al cabo de millonarias inversiones en estudios, indemnizaciones y hasta el desplazamiento, piedra por piedra, del Puente de Arcediano, para tratar de dar gusto a todo el mundo, terminó como la fabulilla de El Parto de los Montes (“después de tanto ruido, sólo viento”), pues...

—III—

Hace dos o tres años, cuando los merolicos mejor pagados de la comarca dedicaban lo más seductor de su vocabulario a tratar de vender el proyecto del Macrobús como la gran solución a los problemas de transporte para Guadalajara y anexas, la sociedad civil le concedió el beneficio de la duda. Ahora, cuando ya se tiene la experiencia de cómo opera la Línea 1 de la supuesta panacea en esa materia, la noticia consiste en que el Gobierno del Estado se está quedando solo en su convicción: ningún Ayuntamiento de la zona metropolitana lo secunda de manera resuelta; los vecinos de las avenidas por las que circularía, le pintan las cruces: a la vista de lo que sucedió en las arterias por las que circula la primera ruta, la experiencia consigna más perjuicios que beneficios de la obra, y los presidentes municipales coquetean entre dos posiciones: la tibieza de Poncio Pilatos (“Que el pueblo decida; yo me lavo las manos...”), o la franca oposición.

Todo eso mientras —como volvió a demostrarse, por enésima vez, el viernes pasado, al colapsarse la circulación de vehículos, durante varias horas, en varias “arterias” de la ciudad— se comprueba que, parafraseando el título de la película, el destino ya nos alcanzó.
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