Jalisco
— Desgarriate
Estadio de pimer mundo con vialidades a su alrededor que no concuerdan con el concepto
—II—
Independientemente de la dotación de las vialidades (lo que primero fue un planteamiento técnico, después un requisito tibiamente planteado por la Secretaría de Vialidad, y a la postre, ya sobre los hechos consumados, un clamor generalizado de los miles de automovilistas que demoraron varias horas en llegar al inmueble, se llevaron entre las patas a muchos miles más que ni siquiera tenían vela en el entierro y a la salida se quedaron atrapados en el estacionamiento del inmueble —al que se ha comparado con un tinaco al que hubiera que llenar y vaciar, alternativamente, mediante un popote— las más de dos o tres horas que se había calculado se necesitarían para la maniobra), hay otras medidas que podrían implementarse; medidas que, de hecho, operan en otros estadios —esos sí— del Primer Mundo.
El colapso vial que se produjo el viernes, antes del partido inaugural del estadio, y la desesperante lentitud con que se desahogó a los asistentes al final del evento, fue una sonora bofetada de la realidad: primero, a la incompetencia gubernamental para dotar a Guadalajara de un sistema de transporte colectivo a la medida de las necesidades de sus habitantes; y segundo, a la apatía de los ciudadanos, incapaces de entender que el barco en que navegamos todos se hunde gradual, sistemática, irremisiblemente, y cada quién se circunscribe a tratar de salvarse, lanzándose al océano en su propio salvavidas de juguetería.
—III—
Por dentro, el de las Chivas es, sin duda, un estadio vanguardista. Por fuera, en cambio, al menos en lo que concierne a la transportación hacia y desde el mismo, es punto menos que cavernícola.
Es lamentable, por decir lo menos, que lo que sobró de visión para concebir y realizar un centro de espectáculos ultramoderno como el que ahora presume Guadalajara, faltara de inteligencia de sus constructores, de visión y energía de las autoridades —¡ah, si pensaran un poco más en servir al pueblo y un poco menos en aparecer en la foto y en colarse al baile entre los invitados de honor...!—, y de sentido común de unos y otras para evitar el contraste brutal entre el esplendor del inmueble, absolutamente primermundista, y el soberano desgarriate —tercermundista hasta la pared de enfrente— que implica llegar y salir de él.
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