Jalisco
— Desbandada
''Unos tiempos traen otros, señor Don Simón...''
Independientemente de lo que muchas crónicas de la época —Dávila Garibi, Yáñez, etc.— consignan, aún hay sobrevivientes de los tiempos en que, por estas fechas de Semana Santa, se honraban ciertas tradiciones tapatías. No sólo las estrictamente mundanas, vinculadas con la gastronomía (las empanadas, la suculenta comida “penitencial” de los viernes de Cuaresma, en que la carne desaparecía de la mesa familiar, en beneficio de viandas y potajes dignos de una moderna reedición del Festín de Baltazar...), sino, principalmente, las relacionadas con los dramáticos sucesos históricos que se conmemoran... Por ese camino, más allá de las tradiciones profanas, generosas en elementos plásticos, a las que se incorporaba un mínimo barniz de religiosidad —las “judeas”, “las visitas a las siete casas”...—, eran verdaderos sucesos, por su impacto inmediato y por su trascendencia social, verbigracia, todavía hasta la década de los setenta, los excelentes sermones (gemas de la oratoria sagrada: “Pensamiento claro y expresión correcta”, como él mismo enseñaba con el ejemplo) de monseñor José Ruiz Medrano en Catedral.
—II—
Cambian los tiempos. La historiadora Laura Campos Jiménez (“La Jornada”, III-29-10) aporta datos acerca de “la desbandada religiosa”: la estimación de que sólo en las dos últimas décadas del siglo XX, 28 millones de mexicanos desertaron de la Iglesia Católica y se abonaron a otros credos, al margen de quienes simplemente se declararon agnósticos; las previsiones del cardenal arzobispo de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez, en 1997, en el sentido de que “para el año 2000 podría haber 30% de mexicanos no católicos”.
—III—
La misma autora consigna otras cifras que da por buenas la Conferencia del Episcopado Mexicano. Una: sólo siete de los 89 millones de mexicanos (es decir, 6.7% de la población) se reconoce como practicante de la religión; el resto asocia su pertenencia a la Iglesia con una costumbre social inveterada, heredada de los padres pero no necesariamente asumida de manera consciente: el bautismo. Y otra: 90% de las mujeres que toman píldoras anticonceptivas e incluso llegan al aborto —prácticas decididamente condenadas por la Iglesia—, dicen ser católicas.
Esas cifras deberían invitar a la autocrítica; a la búsqueda objetiva, honesta, sincera, de las razones del desplome brutal de 98.21% de creyentes que consignaban los censos de 1950 y 1960; causas profundas, verdaderas, y no sólo “factores externos” como el racionalismo, el nihilismo, el secularismo, el indiferentismo religioso: el diablo, en una palabra.
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