Jalisco
-Derrapadas (II)
No había necesidad de forzar situaciones, con el asunto de la maternidad, para legitimar los matrimonios entre personas del mismo sexo
-II-
Ya se dijo que la homosexualidad muy bien puede ser un elemento implícito en el asunto de que se trata, pero no necesariamente es el elemento central. Al margen de que la homosexualidad es, casi seguramente, tan antigua como la humanidad y que las uniones homosexuales son igualmente añejas, la homosexualidad denota “inclinación hacia la relación erótica (sensual, pues... o sexual, si se prefiere) con individuos del mismo sexo”.
Las uniones entre personas del mismo sexo, incluidas en muchas modernas legislaciones, no necesariamente presuponen el elemento erótico. Pueden ser los casos de ancianos que se unen para proporcionarse compañía, asistencia y ayuda mutua. Pueden ser viudas, madres solteras, simplemente mujeres (o hasta sacerdotes), que por razones absolutamente lícitas —de intachable moralidad... aun desde la peculiar óptica de Don Norberto— rehuyen la soledad y buscan con quién compartir un techo o alcanzar beneficios económicos, sucesorios o de seguridad social, completamente legales.
-III-
La pifia de los ministros de la Corte estriba en convalidar jurídicamente la pifia semántica de la Asamblea de Representantes del Distrito Federal: si matrimonio, etimológicamente, se asocia a maternidad (“oficio de madre”), para cubrir con el manto del derecho positivo a las uniones entre personas del mismo sexo, sin hurgar en el resbaladizo terreno del erotismo y anexas, no había necesidad de forzar situaciones para legitimar un tipo de relación que, al margen de las objeciones moralistas que pueda haber con respecto a la homosexualidad, pueden no tener nada que ver con ella.
Con denominarlas —como en la práctica hacen muchas legislaciones— “uniones de hecho” y con equipararlas, para efecto de los demás beneficios jurídicos, con el matrimonio, hubiera estado más que bien... sin necesidad de torcerle el pescuezo al idioma, ni de jalar, corriendo el riesgo de desgarrarla, la cobija del idioma.
(Como decía Torrente Ballester: “¡Ah, qué útil es, a veces, saber usar correctamente la lengua... y el cerebro!”).
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