Jalisco
* Cochinos
Una ciudad, en efecto, refleja a la perfección, en algo tan básico como el aseo, tanto el carácter y el civismo de sus habitantes...
—II—
Con las ciudades sucede como con las relaciones humanas. Decían las abuelas: “Hazte novio de una muchacha, y conocerás sus cualidades; cásate con ella... y conocerás sus defectos”. Por el mismo camino, visitar una ciudad sirve para verle lo bueno; quedarse a vivir en ella sirve para verle lo malo.
Los turistas que por estas fechas visitan Guadalajara, la chulean por sus amplias avenidas, por sus parques y jardines, por la belleza de algunos de sus edificios públicos... Hay que decir, en honor a la verdad, que el mérito, en gran medida, corresponde a los tapatíos que aprovecharon el asueto de las semanas Santa y de Pascua para abandonar la ciudad y correr hasta donde les aguante el huarache. Gracias a ellos, las avenidas recuperan su prístina vocación de rúas por las que circulan con razonable fluidez los vehículos, y dejan de ser los habituales “tortugódromos”; es decir, pistas donde los automóviles —sobre todo a ciertas horas— se desplazan a paso de quelonio reumático.
Sin embargo, aun entre los visitantes hay consenso en que el pintito en el arroz de la Zona Metropolitana de Guadalajara estriba en el desaseo. En las comparaciones, especialmente cuando se le parangona con Querétaro, San Luis Potosí, Zacatecas, Morelia y el Distrito Federal, por ejemplo, la otrora “Perla de Occidente” sale perdiendo... y por goliza.
—III—
Es una mala costumbre hablar mal de los demás. En el caso, sin embargo, es de justicia hacerlo: si Guadalajara y anexas se distingue —para mal— por la suciedad, es por la incapacidad de quienes la gobiernan para hacer cumplir las leyes, como “protestan solemnemente” hacerlo cuando toman posesión de sus cargos. Se han gastado fortunas en hacer campañas de “concientización” a favor de la limpieza (aquellos espantosos “pendones” que proclamaban que
“En Guadalajara la limpieza va en serio”, en la administración que encabezó Fernando Garza, por ejemplo), en vez de hacer algo que no sólo no cuesta sino, incluso, puede llevar dinero a las arcas públicas: aplicar a rajatabla los reglamentos municipales, y multar tanto a quien tire basura como a quien no barra diariamente el frente de su casa.
Una ciudad, en efecto, refleja a la perfección, en algo tan básico como el aseo, tanto el carácter y el civismo de sus habitantes... como la calidad de sus gobernantes.
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