Jalisco

— Caras nuevas

Las nuevas estatuas del Jardín de San Marcos

La consabida expresión se repitió media docena de veces:

—Mucho gusto...

Las presentaciones fueron un tanto atípicas: no había un intermediario. Difícilmente podía haberlo, puesto que se trataba... de estatuas.

—II—


Se trataba, en concreto (mejor dicho, en bronce), de los relativamente nuevos inquilinos del Jardín de San Marcos, en el meritito Aguascalientes. En ese sitio, vestigio viviente —valga la paradoja— y sede invariable de la tradicional “Feria de Ferias” y de la fundación de la ciudad en el antiguo “Valle de las Aguas Calientes”, hay varios simpáticos personajes. “Relativamente nuevos inquilinos”, decíamos, porque se diría que, puesto que son consustanciales a la historia de la ciudad y a las consejas de sus habitantes, siempre han estado ahí. Pero, por otra parte, es novedoso que no sólo estén en las consejas, sino —valga la expresión— de cuerpo presente.

Son La Florista, en gesto de ofrecer una gardenia al visitante que, procedente de la Catedral, llega al jardín; El Charro y la Cantadora, tomados del brazo; El Gallero de rostro adusto, ajaezado con capote y sombrero de ala ancha; el niño (en “La Pinta”), trepado en una banca del parque, en actitud de ofrecer cacahuates a las ardillas que ahí siguen, amas y señoras de la flora del jardín; un ventrudo y sonriente esqueleto, ataviado con botines, chaleco, levita y chistera, en actitud de barrer; dos ancianos que conversan en otra banca y junto a los cuales se colocó una placa con un título enigmático: “La banca de los pájaros caídos”...

—III—


“Mucho gusto...”, repetía uno frente a cada estatua. Y era inevitable recordar que, antes de la conmemoración del 450o. aniversario de la fundación de Guadalajara, el Ayuntamiento —en la administración que encabezó Eugenio Ruiz Orozco— mandó a hacer sendas estatuas de sus “locos egregios”: desde los cuasi legendarios “El Gato Montés” y “Don Ferruco en la Alameda”, hasta “El Pada-Oda” y “La Pichona”, pasando por “Polidor”, “Firulais” y compañía. Estupendas esculturas, aunque de dimensiones modestas, a las que se confinó en la antesala de la oficina del alcalde, en la planta alta de la Presidencia Municipal.

—¿Por qué no hacerlas más grandes —se preguntó entonces— y por qué no colocarlas en el Parque Morelos (la antigua Alameda) o el de la Revolución...?
—Porque los personajes a los que representan no se merecen las majaderías que harían con ellos los vándalos —fue la respuesta escueta, rotunda... e indiscutible.
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