Jalisco

— “Caos”

La inauguración del estadio Chivas, en las circunstancias previsibles, es, por decir lo menos, una temeridad

En una sociedad decente (y, por favor, que nadie se ofenda...), un funcionario público que declarara, como aquí lo hizo alguno, que “habrá caos” el próximo día 30, a raíz de que las Chivas, a la soberana Ley de sus Pistolas, inauguren su nuevo estadio, sería —para decirlo sin eufemismos— una aberración con patas.

—II—

Caos —nos ilustra el Tumba-burros— significa confusión, desorden. Si se suman la enajenación de que suelen ser presa los aficionados al futbol, y la premura de quienes, al atardecer del viernes 30, primero estarán urgidos de llegar a la versión tapatía de La Tierra Prometida, y después, cerca de la media noche, estarán igualmente urgidos de volver al “hogar, dulce hogar”, no se requiere demasiada suspicacia para pronosticar que ahí, esa noche, puede suceder... cualquier cosa.

Un funcionario público capaz de prever los riesgos en que pueden verse envueltas alrededor de 50 mil personas en un lugar y un momento determinados, estaría comprometido, jurídica y moralmente, a tomar medidas para reducir, al menos, la posibilidad de que tales riesgos se consumen. Si las vialidades son notoriamente insuficientes para la previsible afluencia de vehículos; si los potenciales espectadores que lleguen en transporte público o en bicicleta sólo disponen de tres puentes peatonales para cruzar el Periférico, antes de aventurarse, a campo traviesa, por los terrenos en que Tarzán perdió el cuchillo; si hay, en teoría, 50% de posibilidades de que, además, llueva —lo que implica molestias, complicaciones y riesgos adicionales—, la conclusión cae por su propio peso: la inauguración del estadio, en esas circunstancias, es, por decir lo menos, una temeridad.
Eso, valga la redundancia, en una sociedad decente...

—III—

En Guadalajara, sin embargo, las habas se cuecen a otras temperaturas. Aquí, para los funcionarios públicos (que llegarán al estadio —ya lo verá usted— en una comitiva de varios vehículos, con escolta y sirenas descubiertas, haciendo gala de prepotencia), vale más la dorada oportunidad de retratarse con la plana mayor de la oligarquía reinante en este país, en un acto “histórico” —la inauguración del estadio—, aunque los envidiosos los tilden de lambiscones, que anteponer el interés público y el de los ciudadanos por cuyo bienestar se comprometieron a velar, lo mismo que a “cumplir y hacer cumplir las leyes” (hermosa frase... pero ya se sabe que el papel aguanta todo), cuando asumieron los cargos públicos que ostentan.

Sálvense ellos... y que se fastidie el mundo.
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