Jalisco
— Cambios
Los exégetas de la cosa pública laboran horas extra. Las meninges de los politólogos amenazan con desbielarse
—II—
Para el ciudadano común, esos hechos se dan en una especie de mundo paralelo al suyo: en el Olimpo en que residen y viven sus propios conflictos los pocos encargados de darle vueltas a un mundo en que los muchos ya tienen bastante con encontrar alambres pelones o clavos ardiendo de los cuales agarrarse para no salir, en una de esas, disparados a la nada...
El ciudadano común interpreta los cambios, de bote-pronto, a la vista de que se vuelven sistemáticos, como síntomas de que los gobernantes siguen tentaleando; de que los de Felipe Calderón, como los de Javier Aguirre en el Mundial, son “palos de ciego”, animados por la esperanza indecisa de que, como cuando hay piñata, alguno, con la ayuda de Dios, acierte en el blanco. Oye hablar de nepotismo. Oye hablar de graves desaciertos de los funcionarios desaforados; recuerda (vagamente) los elogios que se les dedicaron cuando se les colocó en los cargos de los que ahora se les remueve; por alguna misteriosa asociación de ideas, recuerda los versos de alguna canción antediluviana: “¡Ayer maravilla fui, Llorona..., y ahora ni sombra soy!”.
—III—
Al final de cuentas, al ciudadano común se le ocurre pensar que en el fondo de esas noticias “trascendentales” —“según San Lucas...”— hay reacomodos de piezas, más en función de recompensar lealtades que de encomendar los cargos públicos, y muy especialmente los más altos, a los peones más sumisos en el bizarro ajedrez de la política, y no, como debiera ser, a los hombres (o mujeres) más aptos, más capacitados y más honestos para el servicio de la nación y de sus habitantes.
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