Jalisco
— Cacareo
'Sale el malo... y entra el peor'
—II—
En la tónica de otros gobernantes, a los que parece insuficiente una jornada al año para echarle a sus tacos —por escasos, escuálidos y tristes que puedan ser— toda la crema disponible, y generosamente ofrecen al respetable y culto público obsequiarle el clamoroso espectáculo de sus “informes” cada seis o incluso cada tres meses, el presidente municipal de Guadalajara, Aristóteles Sandoval, siguiendo el consejo de sus asesores de imagen (que ya piensan en él para empresas mejores que la chambita transitoria de gobernar una ciudad, que antes se gobernaba sola y ahora, en ciertas zonas y a ciertas horas, invita a citar un verso de Atahualpa Yupanqui: “Dios por aquí no pasó...”), dispuso que se montara la escenografía de festival de fin de cursos en escuelita de barrio, al efecto de dar cuenta de los logros de su administración al cabo de los primeros 100 días de Gobierno.
Sucedió lo previsible. Por una parte, la lista de las “acciones de Gobierno”, cacareadas con tono triunfalista: desde baches tapados y luminarias reparadas, hasta “mejoramiento” de jardines y parques públicos y “mantenimiento” de ciertas calles y avenidas —la rutina, pues, de una dependencia (el Ayuntamiento) que está, precisamente, para dar ciertos servicios básicos a la población—, hasta entelequias tales como “la ratificación de la posición de promover la construcción de más líneas del Tren Ligero”. Por la otra, la crítica de la oposición —que aún lame las heridas abiertas desde las últimas elecciones—, que cabe en el viejo adagio:
“Mucho ruido... y pocas nueces”.
—III—
De manera colateral, la percepción de los ciudadanos en el sentido de que las promesas de campaña, orientadas a cosas tan primarias como la seguridad pública, el aseo y el mantenimiento del mobiliario urbano, en eso (puras promesas) se quedaron. Todo eso, mientras los ecos del fastidioso debate entre los protagonistas del show, continúa: unos, a que se montó un acto de precampaña de cara a las próximas elecciones a gobernador; otros, a “que no, que no y que no...”.
Y el ciudadano común —el tonto de Patolandia—, perplejo, incapaz de recordar qué grave pecado cometió en su vida anterior, que lo condena a aplicar a todos los gobernantes que padece —pintos o colorados, da igual— la misma muletilla:
“Sale el malo... y entra el peor”.
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