Jalisco

— Apóstatas y conversos

Guadalajara ha dejado de ser una ciudad con monopolio católico

Culturalmente se ve a los conversos como a los buenos, buenos, buenos: como la encarnación misma de la gracia de Dios. A los apóstatas, en cambio, se les ve como a los malos, malos, malos: como a posesos del demonio. Se trata, en ambos casos, de personas que, en función de un honesto proceso de reflexión, a cierta altura de su vida modifican su manera de pensar en materia religiosa, específicamente. (Los conversos, originalmente, eran los musulmanes o judíos que abrazaban la fe cristiana; los apóstatas, aquellos que “negaban —como sigue diciendo la Real Academia para definir el concepto— la fe de Jesucristo recibida en el bautismo”).

—II—

Si los números —fríos por su propia naturaleza— no consignaran que la proporción de católicos decrece, en beneficio de otras denominaciones o del agnosticismo, la experiencia se encargaría de hacerlo. Además, por ejemplo, de que en el Censo General de Población del año pasado se advierte que en una década disminuyó en México, en 16%, la proporción de católicos declarados, la propia jerarquía eclesiástica se queja de manera sistemática, en sus homilías y publicaciones, del secularismo, el relativismo y la creciente indiferencia religiosa de las sociedades modernas, como lamentables —desde su perspectiva— signos de los tiempos. En contraste con las multitudes que en sus viajes congregaba Juan Pablo II (“el Papa Super-Star”, llegó a llamársele), las iglesias, sobre todo en Europa —pero no sólo en Europa...—, se ven cada vez más desoladas.

—III—

El Censo se limita a consignar el hecho; no lo interpreta. Algo similar sucede con las investigaciones de los analistas de ciertos fenómenos sociales: así, el opúsculo “Una ciudad donde habitan muchos dioses”, recientemente editado por El Colegio de Jalisco, plantea que “Guadalajara ha dejado de ser una ciudad con monopolio católico”, y analiza “la pluralidad de ofertas religiosas que compiten en el mercado de salvación de los tapatíos”, pero tampoco ahonda en las posibles causas del abandono de las creencias religiosas y de la deserción de tantos católicos al agnosticismo o a las despectivamente llamadas “sectas”...

Lo más curioso del caso, empero, estriba en que la propia jerarquía eclesiástica, reacia a la autocrítica, en permanente actitud defensiva (a partir del burdo sofisma de que “el que no está conmigo está contra mí”) con respecto a la crítica que perfectamente puede ser honesta, parece rehuir el tema y prefiere —en apariencia— cerrar los ojos.
Peor para ella...

JAIME GARCÍA ELÍAS / Periodista y conductor radiofónico.
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