Jalisco

— Amnesia

En el calendario de la política sólo hay dos tiempos: el de hacer promesas... y el de sentarse (para decirlo amablemente) en ellas

En los tiempos en que los valses venían de Viena, los niños de París y el PAN ejercía oficiosa y dignamente como la conciencia política de la nación (algo así como el Pepe Grillo que sistemáticamente reconvenía a los pillos que iban por la vida enarbolando como divisa la frase genial del “Tlacuache” Garizurieta: “Vivir fuera del Presupuesto es vivir en el error”), se propuso alguna vez, en la Cámara de Diputados, incorporar urnas electrónicas, “como en Estados Unidos”, en las elecciones mexicanas.

Suponían los panistas, por una parte, los muy ingenuos, que poner los comicios a salvo de la contaminación que representa dejar los votos, aunque sea por un momento, en manos de los expertos en las artimañas de la prestidigitación electoral, era endosarle al diablo en persona, de antemano, el resultado. Y vendían la idea, por la otra, los muy ladinos, que garantizar la limpieza de los comicios equivalía a garantizar la honorabilidad y la eficiencia de quienes llegaran a los cargos públicos...

El caso es que el acta de la sesión en que se ponderaron las ventajas y se esgrimieron argumentos dialécticos al por mayor, a favor de utilizar urnas electrónicas en las elecciones mexicanas, consigna que “una voz no identificada” incorporó al debate, como abrupto corolario, una rotunda exclamación:
—¡Ya les pondremos “diablito”...!

—II—

En las campañas del año pasado, previas a las elecciones locales celebradas el 5 de julio, los candidatos a diputados se comprometieron, en todos los foros, a recoger el clamor generalizado de los ciudadanos: adelgazar el aparato burocrático y abaratar tanto las campañas políticas como los procesos electorales. Lo primero porque el aparato en cuestión, precisamente por obeso, es ineficiente. Lo segundo porque resulta ofensivo que se destinen partidas tan voluminosas del Presupuesto —es decir, de los impuestos que obligatoriamente tiene que pagar el ciudadano al que cada peso que gana le cuesta sangre, sudor y lágrimas— a mantener a los zánganos que pululan tanto  en los partidos políticos como en las catacumbas del poder, y a costear mascaradas de elecciones de las que no se desprende ningún beneficio tangible para la ciudadanía.

—III—

Aquellos “compromisos de campaña”, como puede constatar cualquiera que siga, aunque sea por morbo, la agenda de los debates parlamentarios, duermen, ahora, el sueño de los justos.

Total, en el calendario de la política sólo hay dos tiempos: el de hacer promesas... y el de sentarse (para decirlo amablemente) en ellas.
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