Jalisco
— A volar
Se trata de una obra más —la enésima, para ser exactos— en beneficio de Su Majestad El Automóvil y sus felices usuarios
En Guadalajara, ese paso está a punto de darse.
Mire usted...
—II—
El Gobierno de Jalisco acaba de sacarse un as de la manga, al anunciar la construcción de un viaducto elevado de cuota, paralelo a las vías del tren que por ahí quedan todavía como vestigio del progreso que llegó a Guadalajara —¡Qué tiempos, señor Don Simón...!—, según refieren los cronistas, en el mismo año de 1888 en que se inauguraba, del otro lado del mundo, la Torre Eiffel.
Los dichosos propietarios de automóviles que habitan en esta Tierra de Dios y de María Santísima —según dijo algún blasfemo involuntario— echan a volar, ya desde ahora, la imaginación.
¿Cómo incorporar a sus itinerarios habituales u ocasionales el viaducto en cuestión, que correrá, en principio, por la Avenida Inglaterra, desde Aviación, en el Poniente, a la Carretera a Chapala y la autopista a Zapotlanejo, en el Oriente? ¿Cómo no arrancarle un gajo a la esfera de cristal y avizorar lo que sería un recorrido de 23 kilómetros, sin parar, a una velocidad que fluctuaría entre 80 y 90 kilómetros por hora, mirando, de reojo, a las horas pico, allá abajo, los embotellamientos de automóviles en que estarían atrapados los mortales comunes? ¿Cómo no relamerse los bigotes, ya desde ahora, pensando en ese par de viajes cotidianos —uno, para ir al trabajo; otro, para volver a casa—, libres de la monserga de pedigüeños, limpia-parabrisas, repartidores de publicidad, vendedores de tarjetas telefónicas, etc.?... Y todo, señor, por la módica cantidad de 35 pesos por viaje; es decir, 70 pesos diarios; es decir, de mil 750 a dos mil pesos al mes.
—III—
Lo de menos es que ahora se critique al Gobierno porque se trata de una obra más —la enésima, para ser exactos— en beneficio de Su Majestad El Automóvil y sus felices usuarios, mientras con respecto al transporte público, el susodicho Gobierno (“que no se equivoca nunca”, según el aforismo de Pito Pérez) sigue el ejemplo de la tortuga del desenlace del consabido cuento del Diluvio Universal, de cuya pachorra se estaba murmurando porque se le encomendó salir a inspeccionar si ya había condiciones para que Noé y demás pasajeros desembarcaran del Arca, y ella, al cabo de una semana, no volvía:
—¡Si siguen hablando mal de mí, no voy!
Síguenos en