Sudán del Sur, un coctel de hambre, miseria y violencia desmedida
Muchos han criticado la inacción de las fuerzas de la ONU en este país de África centrooriental
JUBA, SUDÁN DEL SUR (12/JUN/2017).- En 2011, después de más de 20 años de guerra civil, nació Sudán del Sur. El que actualmente es el Estado más joven del mundo es el resultado de una secesión "pacífica" del más conocido Sudán.
Ese año la población del sur, de piel negra y de mayoría cristiana, fue llamada a decidir sobre la escisión de Jartum, la capital de Sudán. En el referéndum, la independencia obtuvo casi todos los votos, y así fue que el 9 de julio de ese mismo año nació oficialmente Sudán del Sur.
Sudán del Sur tiene alrededor de 12 millones de habitantes y hay al menos unos 50 grupos étnicos. Por desgracia, como sucede a menudo, la diversidad puede desempeñar un papel incómodo en un país como Sudán del Sur, víctima del hambre y la miseria. Por si fuera poco, en febrero de este año también se declaró el estado de hambruna, aunque limitado a ciertas regiones.
En medio de este delicado contexto, en diciembre de 2013 Salva Kiir Mayardit, elegido presidente en el momento de independizarse tras un largo pasado en la dirección del Sudan People's Liberation Army (SPLA) -el ejército regular de Sudán del Sur, que luchó contra el Sudán de Omar al-Bashir-, acusó a su vicepresidente, Riek Machar, de orquestar un golpe de Estado a su espalda, cosa que le obligó a exiliarse.
El primero pertenece a la etnia dinka, la más numerosa en Sudán del Sur, mientras que el segundo forma parte de los nuer, la principal de las minorías del país. De ahí surgió una nueva guerra civil, interrumpida por la frágil paz de agosto de 2015 y que volvió a estallar en julio de 2016.
Desde el principio Machar puso a su lado a una buena parte del SPLA, es decir, los rebeldes hoy agrupados bajo la sigla SPLM-IO (Sudan People's Liberation Movement in Opposition), y Kiir no tardó en depurar a los nuer del ejército con ejecuciones sumarias.
Las batallas entre los dinka y los nuer han tenido graves repercusiones también sobre los grupos étnicos que no están directamente involucrados en el conflicto.
El neozelandés David Shearer es el jefe de la UNMISS, la misión internacional de paz de la ONU en Sudán del Sur, que tiene su sede en la capital del país, Juba: "La UNMISS tiene una plantilla de 12 mil soldados, dos mil policías y otros dos mil civiles repartidos por todo el país. Nosotros protegemos a los civiles de la violencia y les proporcionamos alimentos y servicios básicos".
"Cada mes -agrega- hasta 50 mil personas se van de Sudán del Sur, y ya son 1,6 millones los que viven en el extranjero. En las fronteras nacionales, en cambio, viven dos millones de desplazados. En resumen, un tercio de la población nacional ha sido desplazada".
Y a la pregunta de si podemos hablar de genocidio en Sudán del Sur, Shearer responde sin dudar: "No, la violencia que presenciamos no está dirigida hacia un grupo étnico en particular".
Muchos han criticado la inacción de las fuerzas de la ONU en el país de África centrooriental. En ese sentido, destaca un episodio en particular: el horror del Terrain Camp Hotel.
El 11 de julio de 2016 este edificio, una instalación del World Food Programme (WFP), una agencia de la ONU, sufrió un asalto por parte de un centenar de hombres armados con fusiles Kalashnikov y vestidos con el uniforme del SPLA.
Durante horas estos presuntos soldados violaron a las mujeres del personal del WFP, todas extranjeras; golpearon, torturaron y amenazaron de muerte a los hombres; saquearon los almacenes de la agencia, de donde robaron bienes por unos 29 millones de dólares, y finalmente mataron a un periodista local, John Gatluak, de la etnia nuer.
A pesar de las llamadas telefónicas y los mensajes desesperados en busca de ayuda que mandaron a través de las redes sociales, los cascos azules no intervinieron en el rescate del personal del WFP.
Fue el SPLA, con mucho retraso, quien envió un contingente y sofocó el asalto. Mientras tanto, los atacantes ya habían huido con el rico botín, cargado, según los testigos, a bordo de una veintena de camiones. El dato más sorprendente es que el complejo del WFP está a poco más de un kilómetro de la sede principal de la UNMISS, donde tienen la sede los cascos azules.
El coronel Santo Dominic es el portavoz del SPLA. Al final de uno de los numerosos desfiles militares destinados a glorificar al SPLA y en el cual también participó el presidente Kiir, Dominic aceptó emitir un comentario sobre los acontecimientos de ese fatídico 11 de julio de 2016.
"No necesariamente aquellos que llevan el uniforme del SPLA son miembros del SPLA. Nuestro uniforme ya está en todas partes, incluso los rebeldes lo utilizan. A menudo lo llevan y saquean diciendo que son del SPLA. ¿La UNMISS tomó fotografías de lo sucedido en el Terrain? No que yo sepa. No intervinieron y tienen parte de la culpa. El SPLA no tiene ninguna responsabilidad en este incidente", dijo.
El gravísimo episodio del Terrain Camp Hotel da que pensar. Si la UNMISS no intervino para defender a su propio personal, ¿cómo podría ser capaz de garantizar la seguridad de los civiles locales?
En aquellos mismos días de julio en Juba se registraron más de 300 muertos entre partes en conflicto y civiles, e incluso entonces los militares de las Naciones Unidas se quedaron con los brazos cruzados.
La única reacción del entonces secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, fue la destitución del comandante de los cascos azules, el general Johnson Mogoa Kimani Ondieki, de Kenia, que ni siquiera tuvo la audacia de pedir el envío de un dron para verificar lo que estaba ocurriendo.
Por lo tanto, resulta difícil definir el papel que los soldados de la ONU tienen en Sudán del Sur. Suscitan muchas sospechas las interferencias de las grandes potencias extranjeras atraídas por los enormes recursos petroleros del país.
Lo que sí está claro es que ningún actor internacional quiere poner fin a este conflicto realmente, y que dentro del SPLA ya hay cada vez más y más rebeldes dispuestos a cometer abusos de todo tipo, con la seguridad de no tener que rendir cuentas ni con la justicia de Sur de Sudán ni con la internacional.