Internacional

SEMBLANZA: La voz del pueblo es la voz de Dios: Chávez

Hugo Chávez muere a los 58 años producto de un cáncer que lentamente carcomió su salud

GUADALAJARA, JALISCO (05/AR/2013).- Hugo Chávez Frías fue un caudillo propio de la historia latinoamericana, un personaje construido a base de discursos y exaltaciones. Chávez fue una mezcla contradictoria entre un líder marxista, un guerrillero militarista latinoamericano y un nacionalista. Como señala Enrique Krauze en uno de los análisis biográficos mejor logrados de la formación política e ideológica de Hugo Chávez, el caudillo "disoció rápidamente la revolución de la democracia". Chávez pudo ser muchas cosas, pero las reivindicaciones democráticas no formaron parte de su identidad política.

Oriundo de Sabaneta en la demarcación subnacional de Barinas, Chávez murió a los 58 años producto de un cáncer que lentamente carcomió su salud. Hijo de profesores, la educación de Chávez fue bastante y sólida y en preparatoria comenzó a trazar su camino cuando decidió unirse a las filas de la Academia Militar. En la educación castrense, Chávez destacó rápidamente por sus habilidades de mando, su pensamiento nacionalista y su disciplina. Durante años en el entrenamiento militar, Chávez se adentró en los mundos de distintos pensadores nacionalistas, comunistas y soviéticos que al final marcaron su pensamiento. Su idea del poder siempre fue caudillista, por ello no es raro que "el papel del hombre en la historia" de Georgi Plejanov fuera uno de sus libros de cabecera.

Chávez ascendió al poder en un contexto bastante propicio para el caudillismo y el ejercicio gubernamental de corte populista. Tras más de dos décadas de presidencias marcadas por el entreguismo neoliberal y un sistema de partidos roto, el ascenso de Chávez significó la vuelta del nacionalismo político. Detrás de Chávez nunca se ofreció un proyecto democrático que buscara consolidar las estructuras ciudadanas o las instituciones políticas surgidas en Venezuela, sino que su plataforma se basó en lo que los teóricos han llamado un proyecto centralmente planificado, esa idea arraigada en algunos sistemas políticos, que concibe al tiempo como un flujo de episodios que pueden ser controlados por las instituciones políticas y obtener, a partir de regulaciones e intervenciones estatales, los resultados deseados desde el Gobierno.

Programas sociales, nacionalizaciones, inversión en el sector petrolero y combate contra el analfabetismo, fueron ejes del Gobierno chavista durante más de una década. Sin embargo, no es posible explicar el fenómeno Chávez sin hacer alusión al golpe de Estado que comenzó a pavimentar su camino hacia el Palacio de Miraflores.

En 1992 Hugo Chávez encabezó una revuelta militar con el objetivo, al final fallido, de derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez. El propio Chávez dirigió la rebelión, que se terminó apagando justamente en su frente de Caracas. Tras el fallido intento de Golpe de Estado, Hugo Chávez pasó dos años en la cárcel. Una década después, y tras haber conquistado la presidencia con un discurso donde aludía a la necesidad de recuperar un proyecto soberano, Chávez acusaría a la oligarquía nacional y a Estados Unidos de apoyar un golpe de Estado que buscó derrocarlo en su tercer año de Gobierno. Tanto George Walker Bush como José María Aznar, presidentes de Estados Unidos y España en aquel 2002, reconocieron al gobierno golpista en contra del consenso condenatorio de la comunidad internacional. Por algunas horas, el proyecto chavista parecía presa de las inestabilidad propia de los gobiernos latinoamericanos en la segunda parte del siglo XX. La retórica antiamericana de Chávez y su guerra contra la oligarquía venezolana, tomó otra dimensión a partir de ese hecho en particular. El fantasma del golpe de Estado fue un común denominador durante su mandato: sirvió como piedra de atracción que facilitó su ascenso a la silla presidencia y, por otro lado, también se convirtió en esa justificación que lo llevó a narrativas sumamente agresivas contra el imperio y las naciones centrales.

El nombre de Chávez volvió a la polémica tras las filtraciones del caso Wikileaks. Informaciones liberadas por Wikileaks señalaron que el presidente venezolano estaba luchando cara a cara contra un cáncer que lentamente lo consumía. En aquellos momentos sabíamos de sus males físicos, aunque la gravedad seguía siendo una incógnita. En consonancia con estas divulgaciones, el Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) se enfrascó en una batalla interna para renovar su liderazgo. Ante la coyuntura, surgieron dos líderes indiscutibles. Por un lado, Diosdado Cabello, presidente del Congreso, quien representa al proyecto militar chavista, al "ala dura" del chavismo vinculado a la cúpula del Ejército. Por el otro lado, desde la Vicepresidencia, creció la figura de Nicolás Maduro, elegido por Chávez como sucesor y quien representa los intereses del Partido Socialista Unificado de Venezuela y no tiene vínculos tan cercanos con la cúpula militar. Maduro lleva la relación con Cuba.

Como describe el propio Krauze, Chávez fue un hombre multifacético. Voraz lector de ídolos; intérprete militar y marxista de la historia; latinoamericanista, corrijo: bolivariano; empedernido, e incansable constructor de poder. Hombre nacido para y por el poder. Su admiración a las biografías de los grandes ídolos, nos marca la ruta de un personaje negado a lo efímero de la democracia, esa forma de entender la transmisión periódica del poder. El líder verdaderamente político emana del pueblo y, por lo tanto, conoce de antemano sus verdaderos anhelos y necesidades. Chávez sin su narrativa popular, es simplemente inexplicable.

Los últimos meses Chávez se la pasó entre la Habana y Caracas. En manos de médicos cubanos, las últimas horas de la vida Chávez corrieron entre la esperanza que buscaban transmitir las autoridades venezolanas y las filtraciones que parecían pintar una situación más grave. La muerte de Chávez significa un terremoto no solo para Venezuela, sino también para América Latina y la mayoría de sus aliados. Recordemos que el entramado que construyó Chávez con Fidel Castro, Rafael Correa o Evo Morales, es sumamente sólido.

Chávez es una figura que polarizó. Su sola mención trae a la conversación una serie de antónimos: Nacionalista y dictador; líder y autoritario; popular y antidemocrático. De la misma manera, Chávez alienta la subjetividad ideológica: para la izquierda, Chávez se ha convertido en el faro económico de la izquierda, la prueba de que la economía planificada da resultados en reducción de pobreza y disminución de la desigualdad. Para la derecha, por el contrario, Chávez representa una regresión democrática, un líder que pulverizó institucionalmente a Venezuela.

Así, tal parece que Chávez es uno de esos líderes que ni siquiera la historia podrá juzgar a cabalidad.

EL INFORMADOR / ENRIQUE TOUSSAINT
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