Internacional
Bosnia, una nación con distintas verdades
A más de dos décadas del conflicto étnico-religioso que devastó Los Balcanes, el rencor persiste en estos pueblos que aún buscan curar heridas
Lija conduce el automóvil donde vamos Ervin, el traductor, Ricardo, mi compañero de viaje, y yo, con destino a la capital de Bosnia-Herzegovina.
Desde la ventana las imágenes se acumulan casi estratégicamente como si fueran un museo al aire libre del conflicto que fue y permanece en esta región.
Aquella casa de dos aguas, nos muestra Ervin, es habitada por una mujer musulmana quien desde hace una década pelea la orden de quitar de su jardín la capilla ortodoxa construida en la posguerra.
Aquellas pintas en los muros de algunas viviendas, nos dice más adelante, invocan al general Mladic, un héroe para los habitantes serbios a quien atribuyen la existencia de la República Srpska, pero un demonio para la mayoría de los habitantes de este país, porque en los primeros días de julio de 1995 invocó al pasado y ordenó la muerte de más de ocho mil musulmanes.
Frente a nosotros cruza el convoy de una boda: seis, siete automóviles escoltan el de los recién casados.
En lugar de flores, pequeñas banderas serbias ondean desde los espejos laterales, como las banderas extendidas en los balcones de algunas casas a lo largo del recorrido.
Llegamos a Sarajevo buscando respuestas. Nos inquietaba saber si un país que ha sobrevivido a un conflicto armado tan atroz, tan sin sentido, como fue el de Los Balcanes, puede encontrar calma, reconciliación.
Queríamos saber qué precio se debe pagar por esa construcción de paz. Lo que encontramos fue una región sumida en una guerra ya no de balas, sino de verdad y de memoria. Pero esperanzada a mirarse de nuevo en el otro.
El silencio habita las calles de esta ciudad. No hay estridencias. La ciudad apenas murmura en el rechinar de sus tranvías, en el canto que llama a la oración desde las esbeltas mezquitas, en el ladrido de algún perro. En medio de los susurros los agujeros de bala, de granadas, de bombas detonadas hace 20 años permanecen tatuados en los edificios. Ellos son la estridencia.
En la década de los 90 del siglo pasado, la región de los Balcanes vivió hundida en una guerra que tuvo los episodios más sangrientos de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. A Bosnia, quizá la más plural y cosmopolita de las seis repúblicas que integraban la ex Yugoslavia, le tocó protagonizarlos entre 1992 y 1995, con un conflicto de raíces nacionalistas y religiosas que enfrentó a bosniacos (musulmanes), serbios (ortodoxos) y croatas (católicos) y que, se calcula, dejó 100 mil víctimas mortales.En los entretelones del conflicto el Presidente serbio Slobodan Milosevic atizaba la violencia con su afán de formar la Gran Serbia.
Una de esas bombas que durante tres años hirieron Sarajevo cayó en el piso 9 del edificio donde vive Zdravko Grebo. Aún se ve el agujero del tamaño de un sofá, parchado con ladrillos.
Hoy Grebo bebe una taza de café en el restaurante Maksumic, ubicado al pie de su edificio y frente a ese campo de futbol que ahora resguarda a varios cientos de cuerpos, casi todos caídos entre 1992 y 1994. Al lado, en un intento de no ceder espacio a la muerte, se construyó un nuevo campo de futbol donde unos jóvenes entrenan. Grebo es un profesor de Derecho retirado de la Universidad de Sarajevo, quien recuerda que en julio 1995 el general serbio-bosnio Ratko Mladic entró a sangre y fuego a Srebrenica para reivindicar una venganza por la ocupación turca de Serbia ocurrida en el siglo XV.
El odio se engendró durante 500 años, se hizo memoria. Luego de que sus tropas tomaron la ciudad, Mladic abrazó a su comandante a cargo y entre risas se tomó el tiempo de hacer una declaración a la televisión serbia: “Aquí el 11 de julio de 1995 en la Srebrenica Serbia, en la víspera de una gran festival serbio, ha llegado el tiempo de tomar nuestra venganza de los turcos en esta parte del mundo”. Con esa frase arrancó la matanza de más de ocho mil musulmanes. La mayor masacre de población civil en Europa después de la Segunda Guerra Mundial.
Una nación, tres presidentes
El actual Estado de Bosnia-Herzegovina nació en 1995 con la firma de los tratados de paz de Dayton, en Estados Unidos. Con ese gesto diplomático se puso fin a la guerra de balas pero comenzó la guerra política. Es un país que no es federación ni república, pero está conformado por la Federación de Bosnia-Herzegovina y la República Srpska, entidades autónomas que parecen irreconciliables.
La primera, que ocupa 51% del territorio, aglutina en su mayoría a los habitantes bosniacos (musulmanes) y croatas (católicos); la segunda, con 49% de la extensión, a los serbios (cristianos-ortodoxos). Unidos en papel y territorio los tres grupos tiran a los extremos enarbolando su nacionalismo y aunque hablan el mismo idioma, acentúan las variantes lingüísticas para saberse diferentes.
Tiene tres presidentes, uno por cada grupo étnico-religioso, quienes se turnan el mandato cada ocho meses durante los cuales parecen empecinados al autoboicot; hay tres ombudsman del pueblo, hay duplicidad de algunos ministerios como el de Educación, que deriva en distintos programas educativos, uno por cada etnia y cada uno con su propia verdad sobre la guerra. En algunas escuelas los niños tienen entradas diferentes; en otras comparten patio para el recreo, pero no el juego. Ni el campo de futbol, ese terreno neutral donde cualquier país da tregua a sus conflictos internos, se salva del divisionismo.
Incluso la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación) y la UEFA (Unión Europea de Fútbol Asociación), vetaron a la selección nacional porque la Asociación de Futbol de Bosnia-Herzegovina tenía tres presidentes. Era la única en el mundo con esa característica. Se tuvo que crear el Comité para la Normalización donde jugadores retirados de los distintos grupos étnicos hacen la labor de embajadores de paz y tratan de elegir a un líder del organismo.
La discordia llega a absurdos. Desde 1991, el umbral de la guerra, no se ha realizado un censo oficial en el país. En ese entonces se contabilizaron 4.3 millones de habitantes, hoy se calcula que son 3.7 millones. El desacuerdo político se impone y obstaculiza actualizar el conteo oficial. No se trata sólo de un registro demográfico, sino de definir al país después de la guerra: Bosnia desconoce su radiografía, no ha vuelto a mirarse a sí misma. Supone, por las casas abandonadas o por los nuevos templos o mezquitas que se erigen en las ciudades, los efectos de la limpieza étnica.
La guerra de la ex Yugoslavia dejó alrededor de 30 mil personas desaparecidas en Bosnia, 88% bosniacos, 8.8% croatas y 2.5% serbios, según el Instituto para Personas Desaparecidas de Bosnia-Herzegovina. Desde 2001, la Comisión Internacional de Personas Desaparecidas ha identificado a poco más de la mitad, 16 mil 200 personas, cruzando los datos genéticos de 89 mil familiares con 36 mil muestras genéticas de huesos encontrados en fosas clandestinas.
SinEmbargo.mx
Síguenos en