Razón les sobra a mis sobrinas cuando me tachan de intolerante, intransigente y hasta amargada, si lo contrario supone acoger con entusiasmo cuanta jalada se pone a circular por las redes sociales y, encima, se gana la gloria de la repetición por todos los medios posibles. Acepto ésas y cuantas etiquetas gusten embarrarme, si entrar en la “onda” y sumarme con entusiasmo a cualquier boyante barrabasada implica asumir que ésta es, por lo menos, ingeniosa y merecedora del trono mediático en el que se coloca. Ya no debiera extrañarme que surjan especímenes rescatados de algún basurero existencial, y que de la noche a la mañana se conviertan en adalides de una sociedad que muy falta debe andar de líderes que valgan la pena, o que ya ni siquiera distingue, y cuantimenos aprecia, los testimonios que realmente desquitarían el bombo y platillo que eventualmente dispensan al protagonista de un lance vergonzante, y cuya única aportación es lanzar un estentóreo ¡fua!, como respuesta a cualquier circunstancia que inquieta o incomoda. O se me agrió definitivamente el talante, o el humor no me da para encontrarle la mínima y más remota gracia a la citada expresión (que ahora se hace presente en cualquier chateo o conversación), pronunciada por un tambaleante individuo que, en plena merluza y con la pastosa prosodia que ésta impone, acuñó la frase con que ganó una efímera posteridad escamoteada a otros asuntos que más la merecerían. Pero si el dicharacho me había venido cayendo de peso, tanto como la reiterativa incitación a que abriera el sitio de internet para recetarme el episodio completo, me dio empacho total encontrarme el programa televisivo en el que no sólo convidaron al autor del ¡fua!, para indagar sobre la profundidad y relevancia de las tres letras que se volvieron moda, sino para entronizarlo como el más acabado héroe de la épica urbana contemporánea y, hágame usted el redomado favor, incorporarlo como colaborador permanente en la citada emisión, conducida por un cuarteto de mozuelos que ni en sus cabales atinan a aportar algún contenido relevante o medianamente interesante. Por mi fortuita coincidencia con el segmento de marras, mismo que degusté mientras me adjudicaba un menudo que terminó haciéndome circo en el duodeno, me enteré que el moderno hacedor de profundas frases, cuando no le da por agobiarse con los humos del alcohol y lo pescan, dedica su preclara inteligencia a algo así como la motivación y elaboración de textos de superación personal. Así que jubilosos con semejante hallazgo, a los conductores no les restó sino cederle el micrófono para que el hombre se diera vuelo recitando al aire sesudas frases de su autoría, que indiscutiblemente no le rendirán mucho más que su alcoholizado ¡fua! Y pos ái que mis parientes dispensen mi amargura, pero el humor no me da pa tanto y me retuerce ver que un medio tan omnipresente y costoso como la televisión no se empeñe en empresas más dignas. ¡Fua, fua y más fua! (traducción: ¡fuchi, refuchi y recontrafuchi!).