Ideas

Edades paradójicas

Debido a los avances en la medicina y las ciencias modernas, a los humanos se nos ha incrementado la esperanza de los años de vida, y a los que una persona puede aspirar realistamente en condiciones de mediana salud. Desde hace un par de siglos a la fecha, la edad promedio que podría alcanzar un adulto humano se ha más que duplicado. Además, en las últimas décadas se ha buscado disminuir la tasa de nacimientos, al grado de que hoy en los países desarrollados ya hay más ancianos que niños. Una de las consecuencias destacadas de esto es que los achaques de la ancianidad se vuelven más y más presentes en la vida cotidiana. La realidad de una edad avanzada, si bien es buena noticia, también aterra a una Humanidad que apenas está aprendiendo a lidiar con las consecuencias de vivir algunos años más que lo acostumbrado. Ante el miedo que despierta reconocer que el futuro trae consigo un orden de envejecimiento paulatino, el afán de prolongar la juventud y alargar la llegada a la vejez se ha vuelto una de las obsesiones más comunes de estos tiempos. No son pocas las historias de personas cuyas vidas se van en gran parte empeñadas en que no avance el tiempo. No hay mejor relato sobre alguien que pasó toda su vida tratando de encontrar el secreto para recuperar la juventud y alejar su vejez, que la historia de Juan Ponce de León, un trotamundos español que en 1493 embarcó con Colón en su segundo viaje hacia el nuevo mundo. En ese tiempo estuvieron muy popularizadas historias del Este de Asia que hablaban de una famosa agua de manantial, la cual tenía la maravillosa virtud de restaurar la juventud y el vigor a aquellos que la bebieran. Fuente de la Eterna Juventud. Por cierto, han sido muchos los lamentos de la gente madura acusando que la vitalidad de la juventud se desperdicie precisamente en los jóvenes, esos cuya ingratitud, egoísmo e ignorancia hacen despilfarrar los años plenos de esa energía nostálgicamente añorada y de la cual los viejos se sienten más merecedores por su experiencia y aprecio. Tardíamente, lo valoran más cuando ya no lo tienen. Vaya paradoja: mientras los jóvenes buscan parecer de mayor edad que la que tienen (presumiendo la apariencia de una madurez adelantada), los mayores buscan esconder los rasgos que dejan mostrar el acontecer de su vida planchando, estirando y entumeciendo sus caras y cuerpos para borrar las líneas y las marcas que revelan hacía afuera la acumulación de la experiencia interior. Unos aparentan lo que no son, y los otros no son lo que quieren aparentar. Ambos se niegan a sí mismos su propia condición. Cuando se aburren los niños y los jóvenes, éstos se apresuran a crecer. Cuando el crecer se confunde con envejecer, se apresuran luego a verse mozos otra vez. A veces logramos algo de inmortalidad a través de las historias, las acciones y las obras que nos sobreviven y que heredamos a las siguientes generaciones. A veces vivimos conscientemente con la esperanza de que nuestras vidas sirvan de inspiración para alguna que otra juventud nueva. A veces. El peligro de vivir como si no se fuera a morir está en que finalmente se puede morir como si no se hubiera vivido.
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