Ideas

De Ratzinger a Bergoglio

El nuevo estilo del Papa Francisco sigue causando sorpresas, alegrías, indignación, dependiendo del lugar desde el que se mire. La molestia con la que hoy los conservadores observan el rumbo de la Iglesia católica se parece mucho a la que manifestaban los liberales ante la vuelta a la derecha que emprendió el entonces Papa Juan Pablo II en los años ochenta. Son los vaivenes naturales, o al menos acostumbrados, en una institución que, muy a pesar de sus miembros, es absolutamente plural y diversa. No deja de ser paradójico que la fuerza de la Iglesia católica estribe justamente en la diversidad de sus mesianismos.

Pero más allá de quienes ahora estén molestos porque Francisco ha dicho algo que para cualquier observador externo es obvio, que en la Iglesia católica cabe tanto los Pro-Vida como los Pro-elección, como las Mujeres por el Derecho a Decidir, pues de facto están ahí (quizá en eso consista el milagro de la Iglesia católica) también es claro que Bergoglio, el jesuita argentino, tiene una visión absolutamente distinta a la de su antecesor Ratzinger, el dogmático alemán.

Ratzinger intentó por todas las vías revivir a un cadáver, el catolicismo europeo. Se olvidó del resto del mundo, quiso reinstaurar el latín como lengua universal del catolicismo, y sus grandes batallas se centraron en que los estados europeos reconocieran su origen católico. Pero la guerra estaba perdida. La Iglesia europea tiene mucha curia y pocos fieles.

La batalla de Bergoglio es por la identidad, porque la Iglesia se reconozca como una sola en su enorme diversidad, una tarea nada sencilla, pues lo que pasa en África, la India o Japón, donde los católicos son minoría, poco o nada tiene que ver con lo que sucede en América Latina, donde la migración del catolicismo hacia otras denominaciones es cada día mayor, o lo que sucede en Europa donde la última generación de creyentes católicos se están muriendo.

Ratzinger pensaba que la Iglesia iba a sobrevivir regresando a sus raíces históricas, a sus principios básicos y a su identidad primaria. Bergoglio plantea que la Iglesia debe ser una y muchas, tan abierta y tan diversa como lo es el mundo, reducir al mínimo los principios y dogmas y buscar la mayor apertura posible desde el discurso del Papa.

Que Francisco diga que él (y por tanto la Iglesia) no es nadie para juzgar a los homosexuales, que hay que reconocer el papel de la mujer dentro de la Curia, o que incluso visiones como las de Mujeres por el Derecho a Decidir tienen cabida en la Iglesia de Roma, no significa que la actitud de los curas y obispos vaya a cambiar de la noche a la mañana, pero sí plantea un conflicto para los grupos más dogmáticos y conservadores. Habrá que ver si la estrategia de Francisco puede evitar el decrecimiento de la Iglesia católica en Europa y América, pero sobre todo si el mensaje logra permear una institución que de suyo es vertical y dogmática.
 

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