No es la primera vez que en Guadalajara (“Tierra de Dios y de María Santísima”, la llamaban los tapatíos de pura cepa) se dan semejantes portentos. Por algo será... * Fue, la semana pasada, el caso —perdón por la rima inevitable— de “El Hada”. Hada, nos ilustra el “Tumba-burros”, es “un ser fantástico que se representaba bajo la forma de mujer”. Fantástico, a su vez, significa “quimérico, fingido, perteneciente a la fantasía”. Irreal; falso, pues... Así, teóricamente sabían que se trataba de una falacia quienes hicieron correr como reguero de pólvora, en días pasados, la noticia de que un tal Pepe (un joven albañil desempleado, de 23 años, aficionado a la ouija y a la hipnosis, versado en aliens, duendes y ovnis) advirtió, primero, un resplandor entre las ramas de un guayabo; descubrió, después, que se trataba de una minúscula figura femenina, ataviada con un traje entallado, provista de minúsculas alas translúcidas, guantes y botas rojas; decidió, a continuación, capturarla y hablar con ella (aunque, quizá porque hubo un acuerdo en ese sentido, no ha revelado los asuntos o el contenido de tales diálogos)... hasta que, infortunadamente, le cortó un pie y le ocasionó la muerte. Miles de personas acudieron a la colonia Lomas del Río Verde a dar fe del hecho, observando y aun tomando fotografías —previo el pago de una módica aportación voluntaria— del cadáver de “El Hada”, que Pepe decidió conservar en formol, en el interior de un vaso jaibolero... Por supuesto, no faltó el zafio que llevó el cuento de que “hadas” idénticas a la de Pepe, conocidas como “Pixie”, se venden —baratísimas, además— en los tianguis. Como no faltaron, antaño, los patanes que acabaron con las encantadoras historias de los “ovni” que se reunían todas las tardes a inmediaciones de la Barranca de Huentitán, al “descubrir” que eran los reflejos del Sol que proyectaban sobre las nubes los camiones de volteo que, allá abajo, realizaban maniobras. O los palurdos que desencantaron a los miles de testigos de que las estatuas caninas que dan su nombre a La Casa de los Perros —en plena Avenida Alcalde—... se movían, como todo mundo sabe. * Hay quien remite esos episodios al afán de muchos hombres, desde la prehistoria hasta el Siglo de las Luces, por alimentar las fantasías colectivas y por dar más crédito a los mitos inverosímiles que a las verdades científicamente demostrables. Leonardo Rozas, en una de las tantas polémicas en las que se han enfrascado, a lo largo de la historia, agnósticos y teístas, afirmaba que “Si millones de personas creen algo estúpido, sigue siendo algo estúpido”. Usted dirá.